Schopenhauer, el engreído
Luis FernaLuis Fernando Moreno Claros, que hace escasas fechas nos ofrecía una magnífica biografía de Schopenhauer en la editorial Trotta, para la que también tradujo dos diarios que llevó el filósofo en sendos viajes con sus padres en su adolescencia por Europa, nos da ahora estos «Testimonios sobre la vida y la obra del filósofo pesimista», como reza el subtítulo. Una oportunidad excelsa para tener una aproximación a la trayectoria del autor de «El mundo como voluntad y representación», por medio de una introducción titulada «El “buda” de Fráncfort» –sus admiradores y discípulos lo llamarían así porque era un adorador del sabio budista– y, también, para conocer mil y una impresiones que despertaría este filósofo «engreído y de temperamento saturnino, melancólico, pesimista y con aires de grandeza», como lo describe el editor, que en su trabajo biográfico también había reconocido al «hombre honesto en su búsqueda de la verdad, que padeció y sufrió por su personalidad individualista e indómita». El primer testimonio, de 1811, desvela cómo el joven Schopenhauer visitó al viejo poeta C. M. Wieland, muy cercano al círculo literario de Goethe en Weimar, para comentarle su visión harto negativa de la existencia, lo cual tendría que llevarlo ineludiblemente a transitar por la senda de la filosofía. El último, que data del año 1860, son las palabras del compositor Robert von Hornstein sobre cómo se enteró de su muerte y acudió a su entierro en la ciudad de Frankfurt.
Tan cascarrabias
Entre esos dos momentos, aparecen multitud de voces en las ciudades citadas, y también en Berlín, Dresde o incluso Roma, que van dibujando el perfil psicológico, filosófico e íntimo de un Schopenhauer ávido de fama, solitario y cascarrabias, elegante y presumido. La sobrina de Wieland, Wilhelmine Schorcht, muy pronto entenderá en qué consiste la filosofía que aquí se convoca: «Toda inclinación, deseo, pasión, todo ello debe ser reprimido y combatido». Este propósito tan estricto se reflejará en su comportamiento y relaciones personales. Imposible destacar unos pocos ejemplos, pero quedémonos con varios al azar: el del barón de Biedenfeld, que lo encontrará «directo, áspero y duro», menos cuando paseaba con alguien, instantes en que conversaba cordial y animadamente; el del abogado Bernhard Miller, que explicó sus costumbres cotidianas y lo que menos le gustaba hacer: «que lo visiten damas y tener que dialogar con ellas, puesto que en general Schopenhauer siente antipatía por el género femenino»; el de otro conversador que vendría a confirmar tal misoginia: el testimonio del diplomático y ministro de Exteriores francés P.-A. Challemel-Lacour, que publicó en su país un libro sobre Heine, Leopardi y Schopenhauer y que, cuando le comentó que el amor le parecía «una dura objeción a su pesimismo», le contestó de esta manera: «El amor es el enemigo»; «el amor es el mal»; y para acabar, el del historiador J. F. Böhmer, que irá más lejos llamándolo «un completo payaso» por los ataques de Schopenhauer a su nación, que consideraba estúpida, ya que nunca se consideró alemán, como recalca Moreno Claros. En verdad, genio y figura. Ya en y desde su tiempo hasta el nuestro.