Sobran las palabras
Gonzalo Hidalgo Bayal es un escritor alejado de circuitos comerciales y camarillas literarias. Este hecho, y otro más importante, poseer una voz inconfundible que forja ficciones con solidez y vastísima cultura, le han transformado en un autor de culto de quien se degusta como un festín cada nueva entrega. En «Nemo» atisbamos ya desde el título un prometedor regusto literario, el Nemo de Verne y el de Ulises que, para escapar del cíclope, dijo que era Nadie. Así se hace llamar un hombre que ha decidido no hablar y llega a un pueblo perdido donde ha alquilado una casona con el acuerdo común de que se respetará su silencio. Nada dice y nada se sabe de él, luego es «nadie», Nemo, a veces con su genitivo como apellido, Neminis. Los parroquianos deciden que uno de ellos sea quien tome nota minuciosa de la conducta del forastero y del comportamiento de los habitantes del pueblo con él, marcado por la crueldad, las burlas y también, a veces, por la compasión.
Así descubrimos la historia del pueblo, sus orígenes de cuento, sus mezquindades y dolores. Incluso una maldición que se arrastra desde el pasado cuando un forastero que hablaba mucho, al contrario que Nemo, y con palabras hermosas, tampoco fue entendido. El lector se sumerge en el texto riquísimo de Hidalgo Bayal, que brota como un caudal de paradojas, ecos bíblicos y literarios (evidente de nuevo Becket). Una prosa en la que todo es sustancia y no hay claudicación para el mercado ni en el fondo ni en la forma. Entre los personajes destaca el viejo que emite «senectas», frases sabias y sagaces, y da las pautas al escribano: «Distinguir entre las voces y los ecos, entre los hechos y los dichos». El libro entero es una senectas sobre el lenguaje y el silencio que se lee sin dejar de subrayar.