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Stephen King desafía a la muerte

larazon

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Vuelve Stephen King dispuesto a homenajear a los grandes autores que le causaron desvelos en su juventud –aquéllos «que construyeron su casa»–, comenzando con una cita de H.P. Lovecraft que predispone al lector a penetrar en el mundo ominoso del misterio de la muerte: «Que no está muerto lo que yace eternamente, y en los eones por venir aun la muerte puede morir». Una decena de nombres prestigiosos siguen a la autora de la moderna literatura de fantasía y horror, Mary Shelley, la primera en utilizar la electricidad como elemento creador de vida en «Frankenstein». «Revival» no busca el efecto inmediato, sino a través del relato de un hecho maravilloso que se vuelve contra los que desafían las leyes de la naturaleza. Entre Fausto y Orfeo y la referencia a Mr. Eléctrico, de Ray Bradbury. Inicialmente, tiene el sabor de un relato autobiográfico, por las referencias al mundo rural de Maine, donde nació y vive King, y su afición a tocar con la banda Rock Bottom Remainders, formado por escritores como Amy Tan, James McBride y Matt Groening. Con ellos tocó una vez Springsteen.
wSimbología
«Escribir es algo prodigioso y aterrador –escribe King–. Abre en la memoria profundos pozos que antes estaban tapados». Por ello, King se extiende en recuerdos prestados a su protagonista, Jamie Morton, que revive su infancia y juventud como guitarrista de rock y heroinómano. Como si King partiera de sus recuerdos, religiosidad y perdida de fe de una forma tan vívida como singular es la construcción de un curioso pastor metodista, el reverendo Jacobs, fascinado por el misterio de la electricidad. La Biblia ocupa un lugar principal, en el núcleo de la narración por la simbología que para los protestantes tiene esa famosa «escalera de Jacob», por donde los ángeles suben y bajaban del cielo. Además de la lucha entre la Fe y la credulidad revestida de ciencia que el reverendo Jacobs manipula de forma sorprendente para los ingenuos creyentes, incluido el protagonista, atrapado en un relato de terror cotidiano.
King es un grandísimo creador de mundos ficticios, entre el costumbrismo rural y la aparición inquietante de lo maravilloso plausible. Sólo en su tramo final se excede, tratando de emular a sus escritores favoritos, cuando todo apuntaba a un relato fantástico. Northrop Frye hablaría de un mayor grado de desplazamiento que mantuviera una relación equilibrada entre el realismo que domina el relato principal y el mundo apocalíptico del mito. Pero King no puede resistirse a un final repleto de efectos especiales y pirotecnia espectral, como si quisiera profundizar en ese imposible metafísico que es saber qué hay detrás de la muerte mediante la reviviscencia sanadora y el grimorio que inspiró el Necronomicón a Lovecraft. Un disparate que el fan celebrará. Es al dar este paso cuando King pierde el oremus, incapaz de equilibrar la excesiva extensión de la narración con la promesa de un final digno del maestro del terror sobrenatural. Ese desequilibrio lastra el relato, al sucumbir lo fantástico ante lo extraordinario, sin otra razón de ser que el placer de este escritor por descontrolarse como lo haría un rockero heavy con sus chirriantes punteados de guitarra.