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¿Tiene límites la crueldad de un mafioso?

Dennis Lehane describe en su nueva novela, «Un mundo perdido», cómo era la vida de los gangster en los 40
larazon

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La mafia es como una ladilla que anida en las democracias violando el Estado de Derecho, parasitando el capitalismo y poniendo en jaque la libertad y la justicia mediante el monopolio paralelo de la violencia que corresponde al Estado. Desde «El padrino», el género mafioso conserva su prestigio pese al agotamiento de su estética de la violencia. La fascinación por el mal que encarnan los gánsters se ha deslizado como falaz metáfora de la corrupción del Estado democrático. Es la fantasía que sostiene Lehane en la extraordinaria novela que nos ocupa. «Ned encontraba en ese mundo una honestidad que echaba de menos en otros lugares», escribe. Un subtexto que equipara lo que Lehane llama «capitalismo salvaje» con los banqueros, aunque «unos –dice– llevan armas y los otros bolígrafos». Pero nada hay más alejado del liberalismo constitucional que el crimen organizado.Para el autor el universo delictivo de las cinco familias que controlaban Norteamérica en los años 40 mantiene su hálito de tragedia shakespeariana porque coloca a Joe Coughlin entre la duda hamletiana y la paranoia agónica. Envuelta en una especie de redención imaginaria por la familia, que al mafioso le permitía creer «que había algo que los distinguía de los animales. Un código moral superior. Un límite a su crueldad y su egoísmo». El mal dignificado por la culpabilidad.

- Luchas por el poder

El «consigliere» Joe Coughlin es consciente de su villanía, del juego de tronos de la mafia en su lucha por el poder y del signo fatal de su vida. Las buenas narraciones de mafiosos como las de Lehane relatan no sólo las prácticas corruptas, las luchas por obtener o conservar el poder y los métodos violentos ejercidos por los grupos mafiosos en sus confrontaciones en el tablero sangriento de su historia, transmiten, mediante el horror y la crueldad, una épica del mal inherente al subgénero, que no deja de ser uno de sus ingredientes mistificadores. La estética del mafioso y la crueldad de sus crímenes carecen de épica y sus estrategias se rigen por la ley del más fuerte.
Nada que ver con la prosa elegante que maneja Dennis Lehane, con su capacidad para las frases ingeniosas, las hipérboles felices y la austera pero vibrante narración con la orgía de sangre y violencia de otras novelas. El autor ha renovado el género y colocado a la altura de los clásicos. Pero no sólo hay estrategias de poder, luchas de prestigio, extorsión y corrupción que inevitablemente conduce a la violencia. Hay fatalismo y nostalgia de la era de los grandes capos y su sangrienta confrontación, descrita con un realismo casi mágico que roza la oscuridad de «El corazón de las tinieblas» en el capítulo del Rey Lucius. Pocos escritores logran transmitir con verosimilitud la relaciones cotidianas entre la familia mafiosa y su vida familiar, con el honor y la religión como escudos imaginarios que apenas les permiten ocultar la inmoralidad en la que chapotean. No hay monstruosidad que, repeliendo tanto al lector, no le fascine y reconforte tanto como la ficción del submundo criminal.