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Todo sobre mi padre

larazon

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Un padre muerto, el duelo de su hijo y el Bilbao de los setenta son los tres «actores» de esta novela que pudiéramos enmarcar dentro de la «literatura del dolor» que decenas de autores han abordado y, de forma más reciente, Giralt Torrente, Roberto Villar, Milena Busquets y Rosa Montero. Tal vez porque, como diría la autora de «La ridícula idea de volver a verte», la muerte no es lo peor sino ubicar el dolor en su sitio. Así, desde el epicentro de ese sufrimiento y con una delicada mirada hacia la pérdida, sin aspavientos, armado de esa extraña belleza que produce el daño profundo, Fernando Marías despide a su progenitor para darse la bienvenida a sí mismo. Para ello debe recorrer el camino desde sus inicios: un padre marino mercante al que conoce cuando contaba dos años y, tras una larga ausencia, viene a quitarle el trono de rey de la casa. Llegaran los recuerdos –reales o inventados–, las conversaciones, el testimonio de familiares, el historial profesional o el archivo institucional, para tratar de recomponer el mapa de la isla del tesoro que fue su padre muerto.
La fiebre del duelo
A través de la frase morosa, el dibujo elongado del pasado y su lograda utilización del espacio en blanco consigue un ritmo de lectura que parece acunar al lector en este hermoso «quest», «ir en busca de...», cuya melodía nos arrastra de forma irremisible. Son páginas escritas durante la fiebre del duelo desde el caserón familiar de su infancia, en su pupitre escolar... Sólo desde aquel núcleo, puede zanjar el pánico que se tuvieron mutuamente y contarnos cómo lo resolvieron. Ocurre con frecuencia: creemos que sólo se mueren los demás, como le sucedía a Iván Illich, el personaje de Tolstói. Ni nosotros ni los nuestros nos vamos a ir nunca... Pero cuando sucede, lo más higiénico pasa por hacer memoria y convertir el drama en belleza como ha hecho Marías en este libro de muerte que ha resultado ser un libro lleno de vida.