Tomeo y los impuestos

Tomeo (1932-2013) fue único y quizá irrepetible. Personajes inmersos en inhóspitos ambientes, tramas de recóndito sentido lógico, desconcertantes situaciones oníricas y una absurda visión de la realidad que alterna el humor con la desolación definen la originalidad de este narrador de estilo paródico y simbología cercana al mejor surrealismo hispánico, duro y tierno a la vez. A medio camino entre Gómez de la Serna y Buñuel, Tomeo nos legó toda una estética de la irracionalidad, un imaginario universo de ensoñadas fantasías, un extravagante bestiario de entrañables, inverosímiles criaturas. Lejos de toda clave sensatamente realista, su narrativa expresa, con irónica intención crítica, las más lacerantes contradicciones de nuestro presente. «El hombre bicolor» compendia los mejores caracteres de esta singular narrativa. Hermógenes W., un recaudador de contribuciones con la particularidad de tener un ojo de color azul y otro verde, llega a la quimérica ciudad de Boronburg para cobrar los impuestos. Al apearse del tren nadie le espera en un entorno despoblado; se hospeda en un inhabitado hotel asumiendo la desolación de su aislamiento a la sombra del imponente castillo de un conde de aficiones vampíricas. Acompañado tan sólo del lejano ladrido de un perro, el recuerdo de los sabios consejos de su tía Rosamunda y la solemne integridad de su dedicación profesional, nuestro héroe se adentra en un reflexivo monólogo con el que pretende comprender su absurda situación. La sombra de Kafka y el agrimensor de «El castillo» se proyecta sobre esta historia, perfilada por una sutil comicidad, un intencionado tono socarrón y una denuncia de la alienación que conlleva el peor burocratismo funcionarial. La insólita variedad cromática de los ojos de Hermógenes es una apología de toda rareza creativa, emblema de la transgresora idiosincrasia de esta excelente literatura.