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Tzvetan Todorov: «La masa colérica puede llevar a acciones que lamentemos»

larazon

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Pelar una manzana, coser, darse un baño en el río, leer a hurtadillas bajo la ventana, beber un vaso de agua, perderse en meditaciones, disfrutar de los niños, observar con curiosidad esa escena aparentemente anodina... Son recortes de vidas, retazos puros, monótonos instantes a los que el filósofo de origen búlgaro Tzvetan Todorov rinde pleitesía en «Elogio de lo cotidiano» (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), su último ensayo en español, en el que se adentra en la transformación pictórica que lideraron los Países Bajos en el siglo XVII al sustituir las escenas idílicas por otras domésticas y rutinarias en las que los protagonistas ya no son personajes bíblicos, mitológicos e históricos sino personas anónimas. «Se muestra un lado más humano», aclara Todorov. Además de buscar belleza en motivos inéditos hasta el momento, en estos cuadros, la virtud y el vicio parecen estar desprovistos de juicios morales o reproches y la mujer adquiere un mayor protagonismo porque «domina la vida privada. El hombre ocupa el todo el lado público, pero la mujer adquiere, por primera vez en la pintura, todo el protagonismo. Es la heroína en estos cuadros», añade el filósofo. Unas características que traspasan los límites del cuadro y parecen germinar las bases de la modernidad y la democracia.
A pesar de que «Elogio de lo cotidiano» se publicó hace veinte años en Francia, Todorov defiende con sólidos argumentos la vigencia de esta obra y apela a la lección que estos cuadros pueden transmitirnos en la actualidad. «Creo que hemos perdido nuestra capacidad de dar sentido a los gestos. La mecanización de nuestras actividades y la vida industrial han degradado la vida cotidiana. Tendríamos que modificar nuestro sistema de valores para poder apreciar la belleza de lo cotidiano», lamenta y va un paso más allá al asegura que «desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, los pintores han perdido la necesidad de observación y admiración por el mundo cotidiano, por el entorno que rodea al individuo. La vida moderna deshumaniza los gestos; se pasa del mundo artesano a la máquina», apostilla. Cuando se le pregunta quién es ese artista con nombre y apellido que es capaz de dar un giro copernicano a la historia de la pintura responde sin titubeos con un apellido que en este caso es casi nombre: «Goya, porque, además de enseñar lo que hay fuera y debajo de nuestros ojos, muestra también lo que pasa por el interior de nuestra mente. Es el único que sabe verdaderamente lo que hay. Los impresionistas pintan, como bien dice el término, impresiones y dan un paso más en el alejamiento, en el objetivismo, en el retrato fiel de lo que ven», asegura parapetado detrás de sus gafas livianas.
Aunque es consciente de que recuperar este aspecto «no va a hacer la vida perfecta hoy en día», Todorov se niega a ser totalmente pesimista. «Tenemos la sensación de que el camino hacia el progreso se ha quedado en suspenso», comenta, «pero espero que recuperemos el sentido democrático que ha sido sustituido por este capitalismo radical». A este respecto, se muestra contrario a las políticas extremas de libre regulación del mercado: «La fe en la providencia me resulta igual de insostenible que en el siglo XV», ironiza. Considerado uno de los intelectuales más influyentes de la actualidad, Todorov navega en su obra literaria entre la reflexión sobre el totalitarismo y la democracia y el arte como espejo de la sociedad.

Límites para convivir

A pesar de que entiende el nacimiento de formas de reivindicación como el escrache, en el que ciudadanos protestan frente a las viviendas de los políticos, sostiene que no es el camino que hay que seguir. A su juicio, la acción social no debe recaer en manos de «una muchedumbre indignada y colérica. Bajo su influjo se pueden hacer gestos que podemos lamentar», comenta. «No habitamos en un campo de concentración y la convivencia tiene que tener unos límites. No se puede confiar todo a una acción que se inspira a veces en una autoindignación que raya a veces con la locura», añade sin despeinarse, quien escribió tiempo atrás obras como «La experiencia totalitaria». ¿Y cree que se prolongará durante mucho tiempo esta situación en Europa? Lo ve como algo pasajero y con fecha de caducidad, «tan solo un paréntesis», dice.
En su visita a Madrid, Todorov también ha asegurado, respecto a la situación actual de Francia –donde reside desde hace cincuenta años–, que «no es mucho mejor que la de España. Todos vamos en el mismo barco», y en su peculiar forma de hilvanar la actualidad y el pasado histórico con las expresiones artísticas (su capacidad de relación deja a quien le escucha con la boca abierta), también ha lamentado el distanciamiento que se ha producido entre el arte y la vida corriente desde la Segunda Guerra Mundial. A excepción del cine, que en su opinión se ha acercado más a esta idea, «los artistas no intervienen en la vida social» y «han perdido la necesidad de observación y admiración por el mundo cotidiano», comenta, como si lamentase que ya nadie pele manzanas como la mujer del cuadro de Pieter de Hooch, feliz ante la tentadora idea de darles un mordisco. O como si dentro de su cabeza nunca hubiera dejado escapar algunos de los cuadros de Vermeer, tan cotidianos, tan cercanos siempre.
El detalle
LA TERAPIA DE LA RISA
Es consciente Todorov, un filósofo que obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008, que frente a este panorama, que en ocasiones nos puede superar, tenemos un antídoto, la risa: «No es suficiente cuidar a la gente para que la vida sea perfecta». Prueba de ello para él es que la gente se ríe más cuando más pobreza tiene alrededor porque «la risa es liberadora, la gente necesita reír para tomarse con humor los problemas».

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