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Un ajuste de cuentas con la literatura

«Mirlo blanco, cisne negro», lo nuevo de Juan Manuel de Prada, oscila entre la sátira y la tragedia personal
larazon

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Juan Manuel de Prada se arma de dos características esenciales: tiene inteligencia y se empeña en demostrarla, y no es una persona cómoda. Por continuar con el título de su última novela, «Mirlo blanco, cisne negro», el lector podría pensar que debajo del cuerpo del mirlo blanco, al abrirlo de arriba a abajo, va a aparecer un cisne negro, y al volver a sajar éste verá, asombrado, amanecer un mirlo blanco en una serie de cajitas rusas donde el lector nunca sabrá si De Prada se divierte con él, goza con la literatura o monta los trajines de un explosivo. Y pronto empieza a dudar de si el escritor hace una defensa numantina de su vida y de su forma de entender la literatura, se autoburla, o simplemente hace un ajuste de cuentas con los autores «ilustres» que conoció, la crítica o los editores. Lo cierto es que pone a todo el mundo a caldo, y el lector sospecha que a él mismo también.
¿Se ríe De Prada del joven escritor De Prada, nacido en Baracaldo pero criado en la estepa zamorana, y que llegó a Madrid a revisitar el Café Gijón o a vivir en un Chagall, y que fue gran esperanza blanca de la literatura hispánica joven, pero que luego con sus artículos a favor de la Iglesia, o simplemente conservadores, se transmutó para muchos en un cisne negro? ¿Se burla aquí de lectores y colegas «nocilleros» (como dice), de críticos (a los que dedica lanzada en moro muerto) o de editores en trance agónico de jubilación? Creo que nunca lo sabremos del todo, acaso porque esas cosas quizá están amalgamadas, simuladas y cruzan estos textos como Rilke decía que Jehová atravesaba las páginas del Génesis.
El lector iniciará esta obra –tan precisa como espectacular y especular– conociendo a su personaje mirlo blanco, Alejandro Ballesteros, recientemente llegado de provincias y que busca su lugar al sol en un Madrid literario de cucañistas y trapaceros, y que es descrito con pluma cáustica y tremendista. Y verá florecer su personal estilo en la inicial descripción valleinclanesca de una fiesta cultural en el Casino de Madrid, donde había «cacatúas al menos cincuentonas y parloteaban como chonis con ínfulas, todas rubias de bote y alicatadas de bótox hasta el techo, muy guitarreadas de liposucciones y divorcios...» y que asediaban a escritores apolillados, como un tal Fu Manchú (el lector seguramente sonreirá en ese momento).

Batalla emocional

Alejandro, que vive con una chica muy normal azafata de trenes, es consciente de que poco puede hacer, aunque se disfrace de progre, en aquel ambiente con un recién publicado libro de cuentos, pero hete aquí que conoce a la mujer de quien fuera un renombrado autor, Octavio Saldaña, pero que ahora trabaja en la radio espantando a todo el mundo con sus opiniones. Octavio le da su propia versión de la auténtica literatura: «El verdadero escritor es el que considera que el lector está a su altura y, por lo tanto, no se rebaja ni degrada para adularlo». Y da la última puntilla: «La literatura es el arte de escribir algo que se leerá dos veces». A partir de ese momento se establecerá entre ambos (mirlo blanco y cisne negro) una relación destructiva, casi de sumiso y amo, donde una nueva novela de Alejandro, la ruina de Octavio y su vuelta a la literatura con una obra provocadora sobre la guerra civil, encontrarán su cuartel de invierno en una batalla emocional que se desarrola en Venecia. Quizá porque la novela es, finalmente, un fiel y buen espejo pero no del camino, sino del propio escritor.