Un asesino en serie y entre datos
Si hubiera que fijar el nacimiento de la utilización literaria de la ciencia forense en las novelas de intriga policiaca no habría que remontarse más allá de 1990, cuando Patricia Cornwell creó el personaje de Kay Scarpetta en «Post mórtem», seguido por Jeffery Deaver con «El coleccionista de huesos», en 1997, donde aparece el criminalista tetrapléjico Lincoln Rhyme, maestro no sólo en el arte deductivo, sino también en el análisis de pruebas con los famosos cromatófrafo de gases y espectómetro de masas –tan de moda por las serie «CSI»–, equivalente al desfibrilador en las series de hospitales. La especialidad de Lincoln Rhyme son los asesinos en serie. Les tiene tomada la medida y, por muy inteligentes y taimados que sean, encuentra, tras laboriosas investigaciones, los patrones de comportamiento de estos psicópatas cuya compulsión a la repetición los obliga a matar sin descanso. Pritcchard la llama «locura moral»: seres carentes de sentimientos morales.
En realidad, aquellos que aparecen en las novelas policiacas de asesinos en serie son una amalgama un tanto literaturizada del psicópata que mata por el placer que le procura el sufrimiento ajeno y el paranoide. Es indudable que, dentro de la casuística de los asesinos en serie, los más atractivos para el autor de thrillers son los asesinos organizados, aquellos que planifican cuidadosamente sus crímenes. No puede faltar en «La ventana rota» un asesino vanidoso, metódico y narcisista que trata de medirse con el criminólogo Rhyme retándolo como a ese otro que dota de sentido su delirio.
Esta vez, Rhyme se enfrenta a un asesino seriado tan inteligente como osado, pues añade a su vanidad asesina el dominio paranoico de la información. A los patrones de conducta usuales, Rhyme debe añadir uno nuevo: la utilización de la «minería de datos» informatizados por una empresa dedicada a proveer servicios de conocimiento. Una megabrutal base de datos y algoritmos imprescindibles para el funcionamiento de la policía, la medicina o el comercio, pero también para hacer el mal. Aquí Jeffery Deaver muestra su lado progre, temeroso del poder de ese nuevo Gran Hermano informático que vigila y controla nuestra intimidad. La lógica criminológica le advierte de que la metáfora de ese mundo supercontrolado, que utiliza a su antojo petabytes y exabytes de información, es el asesino metódico, que como buen paranoico es el perfecto usuario de ese banco de datos para asesinar a la persona y destruir su identidad.
Si exceptuamos esta deriva ideológica un tanto simplista, «La ventana rota» es una brillante y muy emocionante novela de intriga que te absorbe desde la primera página. Un thriller psicológico con un asesino en serie excepcional, que maneja la novedosa minería de datos y la inteligencia artificial para manipular al mismo Lincoln Rhyme, sin duda uno de los grandes investigadores de la novela de intriga contemporánea.