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Un convento deslavazado

Un convento deslavazado
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La novela histórica sigue su imparable dominio en la literatura española actual. Si se le añade toques de intriga policiaca más o menos disimulada, al estilo «El nombre de la rosa» pasado por el juego del acertijo a lo Pérez-Reverte, el resultado de «El enigma del convento» no puede ser más canónico. Además, como en el género histórico no puede faltar el romance, los lances de capa y espada y un misterio encriptado, el relato de intriga romántica calza en la horma de la historia novelada posmoderna. En ella prima la anécdota de época –aquí ambientada en las luchas independentistas del Virreinato del Perú y la España de Fernando VII, con sus conjuras políticas entre liberales y monárquicos– como telón de fondo costumbrista del «realismo de anticuario» de Walter Scott.

La corte del rey felón

Así, el relato se pierde entre descripciones exhaustivas de la vida conventual en el cenobio de Santa Catalina, en Arequipa y la corte madrileña del rey felón, sin mayor incidencia en la trama que la delectación que su autor, el peruano Jorge Eduardo Benavides, encuentra en la descripción de los personajes y sus amores contrariados, en un trasfondo de guerra civil, elementos que debieran ser cruciales en la trabazón de la intriga. Como en la novela medieval de Umberto Eco, hay convento y muerte por envenenamiento, un misterio a modo de MacGuffin hitchcockiano y dos intrigas que confluyen al final del relato, pero falta lo esencial: que cuantos elementos componen la narración armen diegéticamente el relato y lo hagan avanzar hacia la solución final del misterio. El caso del libro es paradigmático de la novela histórica en donde el autor ha primado la información por encima de la construcción del relato. Se pierde en su delectación por el detalle de época y el refinamiento de la prosa, dejando a un lado la esencia de una trama: que cada elemento sirva al avance de la acción y no a la mera descripción. Un defecto que aqueja a los narradores que se embeben en el periodo histórico y el lenguaje de época y olvidan que están escribiendo una novela con trasfondo histórico, no la vida cotidiana de la restauración absolutista y las guerras de independencia ultramarinas, para asimilarla ideológicamente a la crisis política española actual. Pese al preciosismo del lenguaje que utiliza, el relato no acaba de trabarse, quedando como una novela prolija y sin ligazón.