Un John Grisham muy discursivo
Quizá la traducción más adecuada de «The Wistler» habría sido «El soplón» («whistleblower»), enigmático personaje central del «legal thriller» de John Grisham, «El soborno». Dentro del subgénero, introduce un nuevo enfoque en la clásica intriga legal reformulada por Grisham en los años 80: la corrupción dentro del estamento legal norteamericano. La CCJ (Comisión de Conducta Judicial) investiga denuncias contra los jueces. No es un organismo de seguridad, los protagonistas son simples investigadores con titulación de abogados. Una especie de «Asuntos internos» de la justicia que analiza sus desvíos y, en «El soborno», la corrupción de una juez en connivencia con la mafia.
Hasta la llegada de este autor, la intriga legal se reducía al típico «whodunit» de la novela de misterio. Agatha Christie consiguió un éxito notable con el relato breve «Testigo de cargo», pero quien fijó el género en los 30 y lo convirtió en modelo fue Erle Stanley Gardner con su serie sobre el abogado Perry Mason. En ella, el letrado ocupa el lugar del detective que investiga mientras defiende a su cliente, acusado de asesinato. Mason debe su inmortalidad a la serie televisiva de los 60 y al actor Raymond Burr. En España se hizo popular gracias al exótico doblaje puertorriqueño repleto de sorprendentes «osisos» y «resesos», dirigido por el catalán Ricardo Palmerola.
John Grisham parte de la clásica novela de juicios y abogados para desbrozar nuevos caminos hasta entonces inéditos: la corrupción en las grandes corporaciones y bufetes de abogados en «La firma» (1991); los asesinatos de jueces del Tribunal Supremo en «El informe Pelícano» (1993); la estafa de tres ex jueces condenados a cárcel en «La hermandad» (2000) y la corrupción entre jueces que ya en «La citación» ( 2002) anuncia «El soborno».
Contra la pena de muerte
Liberal por republicano, John Grisham es un firme defensor de la abolición de la pena de muerte, fundamental en todas su novelas. Su otra constante es la firmeza en la defensa del sistema judicial y la denuncia de las mafias que corrompen y limitan el libre ejercicio de la libertad individual que se sostiene gracias a la independencia de la justicia. Que dos simples abogados investiguen la corrupción de una fiscal y se enfrenten a una red mafiosa son constantes de todas las de intriga judicial de John Grisham.
Su autor, un sensato izquierdista, mezcla con maestría la ética de la responsabilidad con el entretenimiento sin molestar al lector con sermones progres. Sus protagonistas, ávidos de dinero y poder, acaban reconociendo la función social olvidada, representada por el abogado Atticus Finch, de «Matar a un ruiseñor» (1960).
La integridad es otro de los elementos distintivos de sus protagonistas, la búsqueda de la verdad y el valor de enfrentarse a situaciones de una enormidad que los desbordan. Zarandeados por trepidantes tramas en las que combina la estructura de la novela negra con los juicios, la investigación criminal y la abogacía con un catálogo de triquiñuelas legales sorprendentes.
«El soborno» no es una novela perfecta. Abusa en exceso de los lugares comunes, los personajes triviales y un relato poco elaborado y en exceso discursivo, como si no hubiera encontrado la forma de encarar una trama que se inicia con una interesante trama y dos personajes inquietantes, pero que pierde empuje a medida que el relato se hace previsible y el lector se adelanta a los golpes de efecto. Un John Grisham a medio gas, pero siempre interesante.