Un nuevo puñetazo de Jonathan Littell
El novelista publica «Una vieja historia», una obra perturbadora y cargada de violencia.
El novelista publica «Una vieja historia», una obra perturbadora y cargada de violencia.
Alguien se lanza a una piscina, hace unos largos, sale y recorre pasillos oscuros flanqueados por puertas, elige una y pasa a través de ella a un espacio inesperado del que sale sumergiéndose de nuevo en otra piscina. En cada uno de esos espacios, siete en total, hay dos elementos constantes: el sexo y la violencia, ambos tan abundantes y con imágenes tan pormenorizadas que a veces llegan al paro-xismo. Jonathan Littell ha vuelto a la novela y el adjetivo que mejor le cuadra sigue siendo «perturbador». El narrador de «Una vieja historia» cambia continuamente, puede ser un hombre, una mujer, un hermafrodita o un niño. También cambian los espacios: una casa, una ciudad, una habitación de hotel, una zona salvaje.
Son siete variaciones sobre el mismo tema con elementos que se repiten: una queja vecinal por cortes de electricidad, una determinada comida, un gato, unas manzanas, la misma colcha o una reproducción de «La dama del armiño». Estos elementos llegan a representar detalles de humor dentro de un libro como este, en el que ya en el primer capítulo de cuarenta y tres páginas se produce un gran malestar causado por la repetición de escenas de orgías cargadas de violencia, malestar que en otras partes crece hasta llegar a invocar el famoso «el horror, el horror» conradiano cuando asistimos a imágenes de guerra de gran crueldad, hombres que matan en nombre de Dios o por dar en el blanco, pero lo que es peor, hombres o mujeres cuya prioridad es hacer daño, matar con dolor y humillación.
Sería fácil hablar de bajada a los infiernos, pero esa omnipresente piscina de agua «serena y centelleante», «fresca y reluciente», parece impedirlo. Esa piscina delimita una estructura bien trabajada en la que el autor enmarca un recorrido por el mal y la incertidumbre que reconocemos como real. La prueba es el malestar que provoca, la sensación asfixiante que nos lleva a desear una tregua: un acto de honestidad o bondad que irrumpa para dejarnos respirar. La casi ausencia de diálogos resulta significativa porque aumenta la sensación de agobio permanente. En resumen: el libro es bueno pero su lectura resulta agobiante y a menudo desagradable, es como un puñetazo en el estómago, tan inolvidable para quien lo recibe como todo lo que sucedió en el instante del impacto.
Fuentes de inspiración
Littell ya dio muestras de su capacidad para espolear mentes con «Las benévolas», que le valió el Premio Goncourt en 2006, una obra sobre la segunda guerra mundial, protagonizada por un oficial de las SS. Little dice que se inspira en todo para escribir, «fotos, películas, anécdotas contadas, sueños, libros, cosas vividas, recuerdos de la infancia». En esas «cosas vividas» se encuentran los conflictos de los Balcanes, Afganistán o Siria. El libro lleva un subtítulo, «Nueva versión», porque en 2012 publicó una primera de dos capítulos. Después desarrolló el manuscrito, especialmente durante los períodos de espera para la producción de su película «Wrong Elements», sobre los niños soldados en Uganda. Con estos materiales en la cabeza escribe Jonathan Littell.