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Una costra en el alma

larazon

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Dos niñas huérfanas están en una acera del gueto de Varsovia. Una ha muerto y la otra la sujeta como si esperara que en algún momento despertara. Es una escena de esta novela donde narra César Vidal los últimos tiempos de un gueto cerrado con hormigón y alambradas que construyeron los nazis para agrupar a miles de prisioneros judíos polacos y de otras nacionalidades. Se inició en 1940 con unas 400.000 personas y cuando fue destruido en 1943 apenas quedaban vivos 50.000, hacinados y sin comida con la que poder llenar su estómago. Cuando llegaron las noticias de que se estaba vaciando y enviando a los judíos al campo de exterminio de Treblinka se produjo una sublevación que fue aplastada por las tropas alemanas.
No solo impresiona la locura de quienes pensaron y organizaron esta masacre en una Europa pretendidamente culta, sino la aplicación de un método casi científico para el exterminio de millones de europeos, y que, como en el caso de Varsovia, además fue grabado en película por los propios nazis. La amputación de una parte de la cultura europea, su genocidio, es descrito minuciosa e intensamente en esta novela de César Vidal.

Cadáveres en las aceras

Jacob, el personaje central de la obra, es un chico judío que acaba de llegar con su tío al gueto. Sobrevivirá, como muchos otros con el contrabando, y encontrará sitio en una habitación con las dos niñas que hemos comentado al principio. Jacob escuchará de un enigmático y angélico personaje, que vive en una casa entre dos mundos, el de esa área recluida y el polaco exterior, la historia de la escalera de Jacob, donde el personaje bíblico tuvo un sueño y vio la escalera que une la tierra y el cielo y por donde suben y bajan los ángeles y que se muestra como uno de los símbolos de esta novela.
Estremecedores personajes que fueron reales como el doctor Korczac, creador de un asilo de huérfanos y que eligió acompañarlos a Treblinka, nos muestran que junto al mal siempre hay una salida para los justos.
El lector asistirá, en esta novela, a fusilamientos, maltratos, pasos lentos o rápidos a la llamada por los nazis la «solución final», la degradación de judíos convertidos en policías de los demás, a los que chantajean, roban y maltratan, pero también al comportamiento noble de personajes como Czerniakov, que prefiere el suicidio a convertirse en cómplice del asesinato en masa de los habitantes que vivían recluidos.
César Vidal se sirve del recorrido de Jacob, de su mirada sobre las calles, los cadáveres caídos en la acera, el hambre, la putrefacción de un gueto encerrado entre alambradas, de su persecución por unos de los guardias, Daniel, para acercarnos a la creación de mecanismos de defensa en el niño y en todos los que querían sobrevivir: «Así –escribe Vidal– sobre su cuerpo y su alma se fue formando una costra que le protegía de lo que sucedía a diario». Una costra que no había asfixiado su sensibilidad por la proximidad de la niña ciega, la que los nazis grabaron con su hermana, las dos abrazadas ante la muerte. Y así, en medio del mal, como en el poema de Eliot, zafiros y barro nos hablan de esa escala de Jacob de la humanidad que podemos encontrar hasta en los mismos arrabales del Infierno.