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Una pasión prohibida

larazon

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En 1975, Walerian Borowc-zyk estrenaba «La bestia», una producción de época y con tintes eróticos que recreaba la leyenda de un misterioso animal que se escondía en los aledaños de una mansión y que estaba dispuesto a desahogar su lujuria con mujeres. Este tipo de apareamiento, tabú en nuestra modernidad, abunda por supuesto en la mitología grecolatina, y los mejores pintores se hicieron eco de ello profusamente desde el Renacimiento. Otra cosa muy diferente es el ámbito literario, donde el asunto ha trascendido mucho menos que en escritos contemporáneos destacables, aunque, sin duda, hay que citar en este caso, y en un puesto de honor, la polémica «Oso», la quinta novela que abordaba la escritora Marian Engel, cuya cubierta original del año 1976, en la editorial canadiense donde vio la luz, no deja lugar a la imaginación: un gran oso pardo detrás de una joven semidesnuda.
Un ser inofensivo
Traducido por Magdalena Palmer, el relato trata de cómo una chica llamada Lou acude a una isla para encargarse de inventariar una biblioteca que perteneció a un militar y en donde hay «un viejo oso» que lleva tanto tiempo allá que parece totalmente inofensivo. Poco a poco semejante presencia irá atrayendo de forma progresiva a la muchacha a medida que la soledad y las lecturas que aborda hacen que se sienta por momentos más a gusto en ese remoto lugar de Ontario, y la zoofilia está servida. El ejercicio narrativo resulta bastante interesante con su tono sobrio y ritmo lento, pero a mi juicio la inverosimilitud de ciertos pasajes es un «hándicap» de esta historia, y la autora habría tenido que ir más allá de la mera implicación sexual para componer un argumento que hiciera más creíble lo amatorio y lo psicológico del bestialismo.