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Una transexual demasiado blanda

larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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La transexual Sofía Luna es de nuevo la protagonista del segundo libro de Antonio Mercero «El caso de las japonesas muertas». El título remite a la saga de Perry Mason, creado por Erle Stanley Gardner, cuyos títulos comenzaban siempre por «El caso de...», lo que demuestra la voluntad de Mercero de insertarse en la tradición del «whodunit» o la novela problema, de la que es un alumno aventajado. Para estar a la altura de Sherlock Holmes, Poirot o el inspector Maigret, ha decido crear un detective transexual, rompiendo, aparentemente, con los convencionalismos del género. La identidad y la teoría de género son hoy día una dictadura conservadora de proporciones bíblicas, y Antonio Mercero se ciñe a ellas por las mismas razones que adopta la forma de la novela problema. Mera convención progre para llamar la atención, siendo su «transi» tan esquemática como el género que adopta.
Transgresora fue «Anarcoma», de Nazario, y políticamente incorrecta, no Sofía Luna, tan apegada al costumbrismo clínico del proceso posmoderno de «reasignación de género». El viejo «cambio de sexo» de los años 70, pero imaginario.
Políticamente correcto
Podría haber utilizado el humor, la burla o la crítica a la imposición de «género», revolucionando el género policiaco, pero habría implicado enfrentarse a la corrección política. Se le hubiera tachado de facha, de agredir a los colectivos que luchan por «imponer» sus derechos por encima del de los demás y de insolidaridad con la dictadura LGTBI, a la que Mercero se pliega y aporta un nuevo colectivo: el asexual arromántico. La Sofía Luna de Mercero es blanda como una sufragista «transi». Como detective, los cambios hormonales son de humor porque apenas afectan a su trabajo, ni su disforia entra en conflicto en la trama ni en la acción de la novela. Con delicadeza, Mercero trata de convencernos de que él/ella es digna de respeto por ser trans: ser detective es lo menos relevante.
Una novela policiaca es un género proteico, pero ha de imbricarse de forma activa, implicando al lector, no en su vaginoplastia, sino en el conflicto consigo mismo/a y con los demás. Todo el mundo acepta a Luna como si la comisaría madrileña fuera un colectivo gay, conscientes de que el género es una construcción social sin incidencia biológica. Lo que ha descrito Mercero, con buena factura y un ritmo sosegado, es un personaje actual inserto en el clásico entremés de unas posmodernas escenas matritenses: el típico personaje que entra en una farmacia de guardia a comprar estrógenos.
En cuanto a las japonesas muertas axesuales y arrománticas, resulta un caso excéntrico pero resultón. Se sigue con interés, pero interrumpido por ese costumbrismo insufrible de los autores actuales, que acaban convertidos en guías turísticos. Siendo ecuánimes, debe reconocerse que la crítica ideológica no quita para que se alabe el tono, el ritmo y el interés por la trama de la nueva novela de Antonio Mercero, que además de elogios sinceros, merece reconocimiento literario.

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