Versos de ultratumba
«Lo único que queda, pero ya no sé dónde,/ es el amor que di a quien no pudo amarme», dice en el emblemático poema «No es el viento quien habla», sugerentemente datado tras la «propia» muerte, mientras su cadáver observa cómo los parientes desmantelan la casa. Una ética-estética de las resurrecciones en vida es el tema de «Un sudario», séptimo poemario de Rafael-José Díaz (Tenerife, 1971), de excelente articulación entre canto y cuento: los rigores órficos del conocimiento presentados en clave de anecdotario de la experiencia. «Sé cuánto me sobra, pero no cuánto me falta», escribió Octavio Paz, y esa misma voluntad de soltar lastre preside estos enjundiosos versos de quien se sabe ya póstumo en vida tras la clausura de la infancia.
Un aroma de simbolismo gótico envuelve estas páginas, en que el poeta –desde su «ultratumba»– equipara la imposibilidad de la fusión poética y amorosa («Mis palabras te cercan./ Tú aligeras el paso»). En el «carpe diem» de llegar a ser, todo lo más, «un lázaro extasiado», (sobre)vivir significa apechugar con las identidades excluyentes: «Amar es olvidar/ la vida sin amor que fue como la muerte»; o «El cuerpo es el de un náufrago/ que flota un tiempo aún/ en el mar que lo sueña». En este poemario de madurez no hay tregua para la consolación bucólica: «No insistas, golondrina./ No entiendo lo que dices./ Enhebra con tu pico el hilo de las nubes/ y haz con él un sudario para mí».