Victorina Durán, no se olviden
Recientes publicaciones y documentales han rescatado de un relativo olvido al grupo de mujeres pertenecientes a la Generación del 1927 que serían conocidas como «Las sinsombrero», porque mostraban a cabeza descubierta la afirmación intelectual de su condición femenina. Maruja Mallo, Marga Gil, María Zambrano, Rosa Chacel... En esa línea de justa recuperación, la Residencia de Estudiantes publica por primera vez la autobiografía de la pintora, escenógrafa y figurinista Victorina Durán (Madrid, 1899-1993), en modélica edición a cargo de Idoia Murga Castro y Carmen Gaitán Salinas. Bajo el lacónico título general de «Mi vida», se agrupan tres volúmenes –«Sucedió», «El rastro» y «Así es»– que dan cuenta autorreferencial de una trayectoria artística y personal marcada por la estética vanguardista de imaginería surreal, su asumida condición lesbiana en el marco de una constrictiva moral, la adscripción liberal que la llevaría al exilio en Buenos Aires tras la Guerra Civil y su esporádico regreso a España en 1949 y definitivo afincamiento en 1980.
El arte del Rastro
Así, destacan en estas páginas el descubrimiento de su vocación artística y la formación académica, la asunción explícita de la sentimentalidad homoerótica, una carrera profesional vinculada a las mejores compañías teatrales de la época, su participación en el selecto Lyceum Club y la descripción pormenorizada del Rastro madrileño, donde encontraría ideas y materiales para sus creaciones escenográficas.
Desfilan por estos volúmenes Margarita Xirgu, García Lorca y Salvador Dalí, componiendo un friso cultural que, como la obra de la propia Durán, aunaba la modernidad vanguardista con la admirada deriva popular. Estas singulares memorias observan un tono de curiosa narratividad novelesca, abundando en descripciones ambientales, jugosos diálogos y detalladas anécdotas más allá de la puntual concreción de hechos y situaciones. Hallamos a la vez una atinada meditación sobre la función social del artista, combinando la calidad con la divulgación. Y es este también el relato de una lucha por la independencia intelectual femenina, por la reivindicación de una preterida identidad social; sin olvidar el sentido de una solidaria «otredad», que da sentido a toda una obra y relevancia a una vida: «No quisiera morir sin hacer un poco de cualquier cosa en beneficio de alguien». Esta autobiografía rebosa calidad literaria, testimonialismo histórico y la exquisita sensibilidad que expresaba el epitafio de su autora: «No sé si habré dejado de amar por haber muerto, o si habré muerto por haber dejado de amar».