Entrevista
Daniel Campos: «Desde el punto de vista narrativo un inflitrado tiene mucho atractivo y potencial»
El periodista madrileño ha escrito su primera novela, «Guerrilla Lavapiés», una crónica de la lucha antisistema en los años 2000
Daniel Campos relata en su primera novela el caso real de un infiltrado en la lucha de Interior contra los movimientos antisistema en los 2000. La figura del infiltrado, que últimamente vemos llevada al cine y a la literatura, es tan peligrosa como efectiva, quizá sea la mejor forma de dinamitar una organización desde dentro, pero el precio personal y psicológico que paga el infiltrado puede ser muy costoso e irreversible. En el vibrante y reivindicativo Madrid de principios de siglo, un joven policía se infiltra en el corazón del emblemático centro social «El Laboratorio», base de operaciones de los movimientos okupas y antisistema en Lavapiés. Esta historia, que podría ser el leitmotiv de un thriller policial, es el testimonio que el periodista Daniel Campos ha recogido en su novela «Guerrilla Lavapiés» (Península).
Campos reconstruye, no sólo el origen de un movimiento que desafió las estructuras de poder –con jóvenes como Pablo Iglesias a la cabeza–, sino que retrata una época cuyos escenarios antiglobalización estaban en las calles de Gràcia o Lavapiés, pero también las de Seattle y Génova. El Ministerio del Interior consideró aquella protesta social como una forma más de terrorismo político y luchó contra ella.
«El infiltrado es una rara avis dentro del mundo de captación de información, es una herramienta que tiene sus virtudes pero también muchas contraindicaciones –afirma Campos–. Para las policías es más habitual la figura del confidente. El infiltrado es una peculiaridad poco utilizada, por eso es tan potente narrativamente, se asumen riesgos personales muy altos de integridad física, pero si funciona, puede ser la gallina de los huevos de oro».
Alfonso, nombre real; David de infiltrado, con apenas 21 años y recién salido de la Academia de Policía, es elegido por los mandos para infiltrase en el Laboratorio y acepta. «Creo que, sin saberlo, tenía dotes innatas para ello, no solo por ser del mismo Lavapiés, donde estaba la base de operaciones del movimiento antiglobalización en Madrid, sino porque era un producto muy madrileño, un poco macarra, echado para adelante, con una audacia casi intuitiva y una inconsciencia ‘testosterónica’ difíciles de encontrar, además de don de gentes y ciertas dotes de esa caradura necesaria para ir ganando confianza y escalando en la jerarquía no escrita del movimiento. Fue el candidato perfecto», afirma el autor.
Problema de identidad
Pero aparte del peligro físico, infiltrase genera también un problema de identidad. «Hay un momento que no sabe si va o viene, vive en un juego de espejos constante, por eso, narrativamente tiene ese potencial y atractivo, sientes la tensión constante de que tarde o temprano lo pillen, que caiga el castillo de naipes y quede desnudo ante la gente y esto pasa factura psicológicamente. Si se prolonga tiempo ese juego de llevar una máscara, al final acabas confundiendo tu piel con el disfraz, en la dicotomía sobre cuales son realmente tus lealtades. Pero eso es inevitable –asegura Campos–, porque en la realidad entablas relaciones verdaderas y vínculos sentimentales reales, por mucho que lleves una máscara. Te implicas tanto, que puedes experimentar, incluso, el síndrome de Estocolmo hasta el punto de sentir las derrotas de ellos como propias».
«Yo quería convertir Lavapiés en un personaje más de la novela, al igual que el infiltrado, yo también soy del barrio y por su trazado arabesco y multiculturalidad, tiene unas características que lo hacen muy atractivo como escenario de cualquier aventura, pero en ese momento era epicentro de los movimientos antisistema –explica el autor–, donde comenzó a fraguarse la trayectoria ascendente de un entonces desconocido Pablo Iglesias, que acaba de volver de Bolonia fascinado por los movimientos sociales y las guerrillas urbanas y ya apuntaba maneras, empezaba a mostrar muchas de las características que lo llevaron donde llegó, capacidad de liderazgo, carisma, una oratoria que arrasa y una inteligencia casi de dramaturgo al hacer puestas en escena, de manejar los tiempos de los medios de comunicación. El primer día que lo vio el infiltrado le hizo un informe porque ya vio en él ese líder manipulador que lo hacía candidato a ser cabeza visible de movimientos así».
Por allí pasaban también gente como los actores Alberto San Juan o Willy Toledo. «Ese movimiento fue un punto de inflexión importante por su capacidad disruptiva y de enfrentamiento al ‘establishment’, capaz de paralizar reuniones de la OMC en Seattle o del Banco Mundial en Barcelona. Fue un punto de inflexión porque fue la primera vez que en España, una juventud rebelde, aún con cierto nivel de vida y perspectivas halagüeñas, se sentía descontenta y en desacuerdo con las reglas del juego. Fueron los primeros ‘indignados’, que luego entroncaron con el germen del 15M y fueron la génesis de Podemos, el partido que aglutinó todo ese descontento», concluye.
Un tenso encuentro con Pablo Iglesias
►Como la vida real tiene «casualidades que son casi cósmicas», Pablo Iglesias y el infiltrado volvieron a encontrarse, «justo cuando la estrella del político llegaba a su cénit». Días antes de las elecciones generales de 2015 fueron asesinados dos policías nacionales en Kabul. La carga emocional de Alfonso/David al recibir en Torrejón los féretros de los fallecidos –uno había sido instructor suyo– es enorme. Al mirar de frente a los ojos de Iglesias, de repente se le sube la sangre a la cabeza y recuerda frases, conversaciones, insultos… y éste no puede aguantar su mirada y sale del acto a toda prisa.