Lola Herrera: «Cuando me preguntan por la jubilación digo: ¿pero por qué si toda la vida he hecho esto?»
Interpreta de nuevo «Cinco horas con Mario» hasta finales de agosto el teatro Bellas Artes de Madrid
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Su encuentro con Menchu fue casual –otras actrices habían declinado hacerla–, pero Lola Herrera (Valladolid, 1935) lleva media vida de soliloquio en la adaptación teatral de la novela «Cinco horas con Mario» de Miguel Delibes que ha protagonizado durante 40 años. Se estrenó en 1979 y estuvo diez años en cartel. En 2001 lo retomó hasta 2005, pero con el 50 aniversario de la edición de la novela en 2016, volvió a encontrarse con Carmen. Ahora está de nuevo en el teatro Bellas Artes de Madrid y en septiembre inicia una gira por toda España cuando acaba de cumplir ochenta y cuatro años.
–Reconozca que lo de usted con esta obra es especial.
–No es normal para una actriz representar un personaje tanto tiempo, es muy especial, una de esas cosas insólitas que aparecen de pronto y que cuando comienza la andadura no tienes ni la menor idea de a dónde va a llegar.
–¿Qué tiene para seguir llenando teatros 40 años después?
–Los ingredientes esenciales del ser humano: el sentido de la vida, las cosas que nos preocupan, la culpa, la soledad, la incomunicación y, sobre todo, la falta de libertad, en esa época la mujer no existía más que para el hogar y adornar al marido y eso sigue vigente, es un clásico y como todos, es eterno.
–Delibes describe una época.
–Sí, de silencios, sumisión y obediencia de la mujer al padre y al marido, criticada si no es la perfecta madre y ama de casa abnegada y trabajadora, sin ningún derecho oficialmente reconocido; no podía comprar, ni vender, ni tener a sus hijos en el pasaporte, necesitaba el permiso de los hombres para cualquier cosa, era como un mueble.
–¿Carmen puede ser cualquiera?
–Sí, es una mujer llena de carencias, vacíos, frustración, soledad, deseos no satisfechos, sueños no cumplidos, aunque supongo que los hombres también los tendrán.
–¿Hay algo de rebeldía en ella?
–Creo que sí, tiene una rebeldía que ni siquiera ella reconoce.
–¿Desde ese punto de vista se podría calificar de feminista?
–Analizándolo sus pensamientos y sus palabras, creo que sí, que hoy hubiera sido una feminista reivindicando derechos, pero vivió otro momento y quedó oculto en su propia ignorancia.
–¿Le llegó en el momento justo de su vida?
–Sí, un momento muy especial, tenía 45 años, estaba en esa edad en la que haces balance de tu vida, qué he hecho, qué hago, qué tengo que hacer... y llegó Menchu.
–Sin embargo, le costó entrar en su mundo.
–Al principio me producía una mezcla de fascinación y rechazo, yo venía de un mundo distinto, una familia de izquierdas que había perdido la guerra y donde se hablaba de todo, éramos gente obrera pero con cabeza progresista, con gana de romper cosas que no eran lógicas ni legales y el mundo de Menchu y su fantasía de quiero y no puedo no casaba con el mío realista cien por cien.
–¿Esas connotaciones personales le afectaron?
–Me ayudaron a empujar ese balance, se ampliaron los datos a través del texto, encontré fragmentos que reconocí como parte de mí misma, era como un enganche entre el personaje y la persona en el que empezamos a regalarnos mutuamente muchas cosas, fue una amiga leal. Hubo un antes y un después de ella.
–¿Qué le ha aportado la perspectiva del tiempo?
–Cada día descubro cosas nuevas, hay un talante especial, un momento de recogimiento desde donde parto sin imponerme un camino determinado. En esa libertad comienzo un recorrido diario en el que surgen innovaciones, nuevos datos, matices. Para mí es un juego absolutamente maravilloso, cuando conoces tanto de un personaje y de ti misma es apasionante y muy gratificante.
–Para Delibes, usted era la actriz perfecta.
–Es algo que siempre agradeceré, que el autor esté satisfecho con el personaje que ha creado y con que seas tú la quien lo interprete te da confianza, intercambiar opiniones y experiencias con él y profundizar poco a poco en el personaje fue un lujo.
–¿Cómo ha sido su camino hasta estar en donde está?
–Ha sido duro porque la profesión lo es. Nunca me marqué metas porque creo que es difícil. Quería ser actriz y he ido haciendo lo que me llegó profesionalmente y, a veces, no demasiadas, pude elegir. Esta profesión, como todos los trabajos, te da y te quita, cuando la amas y sabes sacarle el jugo, te da muchas satisfacciones, tantas que no dudaría dedicarme otra vez a esto si volviera a nacer.
–¿Qué es el escenario?
–Una parte importantísima de mi vida. Soy feliz yendo al teatro y cuando me preguntan por la jubilación digo, ¿pero por qué?, si toda la vida he estado haciendo esto. Es una profesión rigurosa y dura pero al mismo tiempo muy gratificante y enriquecedora.
–¿Qué hará cuando deje esta obra?
–Proyectos a una determinada edad no se pueden hacer muchos, los haces con sentido común, pero los hay. Yo desde luego voy a seguir caminando. Si la vida no me para de sopetón, mientras tengan las capacidades de ahora seguiré trabajando porque el teatro es mi motor y mi fuente de energía.
–¿A estas alturas, qué le pide a la vida?
–Sosiego, momentos para estar conmigo misma, me sienta bien sentir esto y me sirve para cargar pilas. Hay que tener tu propio almacén de energías y eso sólo lo consigo con paz, con armonía, con tranquilidad.