"Los testamentos": Gilead da más terror que nunca
Hace treinta años, Margaret Atwood publicó «El cuento de la criada», una distopía sobrecogedora que alcanzó niveles de referente mundial gracias a una buena serie de televisión. A los lectores de aquel libro que la autora definió como ficción especulativa, algo «que puede llegar a suceder», no les ha resultado muy difícil «especular» poniéndose en lo peor dados los derroteros de la política mundial y la anulación de los derechos de las mujeres que los extremismos religiosos han llevado a cabo en muchos países. Así las cosas, o más bien, así el mundo, a Atwood no dejaban de pedirle una secuela porque todos queríamos saber qué sucedió con Defred, a la que abandonamos adentrándose en lo desconocido.
Atwood retoma la historia en «Los testamentos» quince años después de que el carismático personaje dejara la teocrática y perversa República de Gilead. La voz de Defred deja paso ahora a tres mujeres que toman la palabra, tres víctimas del infame régimen que está empezando a debilitarse: las dos hijas adolescentes de Offred y Tía Lydia que es, sin ninguna duda, lo mejor del libro. Ella se convierte en el ológrafo que se dirige a un «querido lector» anónimo para contarle toda su historia, desde que la llevaron a la fuerza a un estadio en el grupo que le correspondía: abogadas y juezas, y fue obligada a presenciar y a ejecutar escenas de extrema violencia para sobrevivir.
Excesos y carencias
Ella recuerda, por si el lector es olvidadizo o no leyó la primera parte, cómo nació Gilead: «En ese país mío ya desaparecido, la vida entró hace años en una espiral de decadencia. Las inundaciones, los incendios forestales, los tornados, los huracanes, las sequías, la escasez de agua, los terremotos. Exceso de esto, carencia de aquello. Las infraestructuras deterioradas, ¿por qué nadie desmanteló aquellos reactores nucleares antes de que fuera demasiado tarde? Caía la economía, caía el empleo, caía la tasa de natalidad». ¿Demasiado fácil recurrir desde un punto de vista literario a la enumeración de los males de nuestra época? Quizá, pero el lector traga saliva y vuelve a hacerlo cuando lee: «La gente empezó a asustarse. Luego empezó a ponerse furiosa». Atwood no quiere que olvidemos que la situación no ha mejorado y desea mantener despiertos tanto el miedo objetivo como el miedo a un desenlace tan crudo como todos los Gilead que podrían surgir con Las Tías, las Marthas (criadas), y las Esposas, mujeres que tienen prohibido aprender a leer y cuya única función es la maternidad y la obligación de complacer a los hombres.
«Los testamentos» es una novela que sobrecoge, aunque no tanto como «El cuento de la criada», bien es verdad que ya sabemos muchas cosas, pero hay también una construcción formal que buscando mayor complejidad ha fragmentado la historia y también la emoción. Una estructura que se agradece porque encontramos fácilmente a la inteligente y cínica Tía Lydia. Como ella diría: «Algo es algo, y yo soy una gran defensora del “algo” cuando no se puede tener “todo”».