Luis Bermejo: «Tendríamos que ir con una nariz de payaso y atrevernos más»
A modo de pincelada, sólo hasta el día 18, regresa a Madrid «El minuto del payaso», uno de los montajes que unificaron las críticas: buenísimas. De lo mejor de la pasada temporada
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A modo de pincelada, sólo hasta el día 18, regresa a Madrid «El minuto del payaso», uno de los montajes que unificaron las críticas: buenísimas. De lo mejor de la pasada temporada
Ni en sus mejores sueños hubiera pensado el Luis Bermejo de hace quince años que el Luis del futuro iba a crear un payaso de culto. Entonces, se levantaba a las 06:00 para coger sitio junto al estanque del Retiro y ganarse unas perras como «clown». Ya no. Y no porque se le vayan a caer los anillos, sino porque ha hecho de Amaro Jr. un bufón de éxito. Tras arrasar en la crítica el año pasado en el Español, vuelve a la cartelera madrileña (Teatro del Barrio, hasta el 18 de septiembre) sabedor de que lo vale:
–Empecé a escucharlo y he terminado creyéndomelo. Es de esas funciones con las que puedo tirarme toda la vida. Está muy bien encontrar una obra que sea como tener una nómina fija.
–Y un personaje con el que le identifiquen.
–También, pero, sobre todo, en el sentido de que tienes curro. A medida que la hago me hago más mayor, pero el personaje puede envejecer conmigo, porque soy yo. En ese sentido, puede que con el tiempo sea más rica todavía.
–¿Un «show» que marque época?
–Es como tener tu pequeña compañía de repertorio.
–¿Qué se puede hacer en un minuto?
–Charlie Rivel nos hacía llorar de la risa y Tortell Poltrona nos calienta el corazón; yo intento que sea un viaje a la felicidad.
–La «celebración de la vida», que dice el texto.
–Un payaso es una flor que no se seca y esto me desvela algo mío cada tarde. Antes, cuando escuchaba entrevistas a actores, decía: «Qué pedantes»; ahora me veo diciendo que cada noche me descubre cosas... ¡Y es que es verdad! Me voy acercando a mí. Algo tan importante como aprender de ti mismo. El payaso me está ayudando a conocerme.
–A modo terapia.
–Como la enorme dificultad que me suponía hablar en publico, relacionarme... Esto, que parece tan sencillo, me costaba.
–¿Era imposible hace años?
–No tanto, pero tenía dificultades. Y al final te das cuenta de que lo que te pasa a ti es lo que le ocurre a mucha gente. Sin caer en lo de mal de muchos consuelo de tontos... El payaso me sirve de terapia.
–Para ello, en un principio iba a estar tumbado en un diván.
–Partía sobre la anécdota de un tipo que va a consulta porque estaba mal y el médico le dice que debe ir a tal teatro a ver un payaso que le va a hacer reír. Y resulta que ese personaje es él. Desde ahí surge todo esto. Se puso en movimiento y llegó a lo que es hoy.
–El final lo pulisteis sobre la marcha, ¿el resto de la obra también permite licencias diarias?
–Claro. Durante un tiempo el payaso se iba, cuando vean el espectáculo lo entenderán, y ahora se queda... en un limbo extraño, pero se queda.
–¿Confirma el tópico de que es más difícil hacer reír que llorar?
–Un chiste lo puede contar cualquiera, igual que tocar la guitarra. Hacer lo de Eugenio es otra cosa... Es estudiarlo, hacerlo con propiedad, jugar, ser otro sin que sea demasiado buscado. ¿Es difícil hacer reír? Sí, pero más jodido es cuando haces un chiste y no se ríen.
–¿Qué le duele a Amaro Jr.? Dice que «sólo sabe comer una flor y tirarse pedos».
–Es bonita la pregunta porque es algo que en este caso le persigue. Hay como unos huesos trágicos, débiles y vulnerables. Miedo a entrar en la noche y en la soledad.
–Y todo esto, sin hacer el payaso, porque no sale de su camerino.
–Está esperando a hacer su número. Hay un dolor en el alma, provocado, entre otros, por las injusticias. Queríamos hablar de todo el momento actual, que es feo y cruel.
–¿Cuentan verdades los payasos?
–Sobre todo para tratar de entenderlas. A lo mejor tendríamos que ir con una nariz de payaso y atrevernos más. Te da esa licencia.
–¿Ayuda a hablar de la realidad?
–Hay una innegable que vemos todos los días.
–En los telediarios...
–Sí, pero la realidad no es sólo eso, también es estar en el pueblo, irte a Navacerrada, soñar que besas a esa mujer y cuando te despiertas saber que no va a ocurrir...
–Que sólo hay una almohada...
–(Risas) Exacto, pero por lo menos sueñas. Aunque lo hayamos escuchado un montón de veces, hay que seguir recordándolo, y más ahora, en este momento de incertidumbre y de mal rollo. Siento que hay alguien que se sigue burlando de mucha gente. Soñemos con que otra realidad es posible.
–¿Este personaje, tenebroso y triste, provoca más risas o reflexiones?
–Es inquietante...
–Está enfadado...
–Hay un punto de indignación con el que te vas identificando.
–Son figuras parecidas a los niños: inocentes, pero que si los pones al fondo del pasillo en una película dan hasta miedo.
–Como los muñecos de los ventrílocuos, a los que hay que meter la mano por detrás...
–Y si tiene la sonrisa triste ya...
–Pintados de blanco, boca roja... Pesadillescos. Yo he sido educado con esa imagen, pero éste no es de cara blanca.
–Es más para adultos.
–Sí, más Buster Keaton y Charles Chaplin.
–¿Y si le subiéramos al escenario?
–Tal vez sólo tuviera la nariz roja y sin tanta pintura, como Pepe Viyuela.
–¿Sin flor con la que salpicar?
–A lo mejor la tiene, pero no necesariamente. Surge este payaso con el espectáculo «Sobre Horacios y Curiacios». El que hacía ahí con Fernando Soto, que fue quien me dijo que hiciera un monólogo sólo de este payaso.
–Y varios «clowns» más...
–Sí, uno importante fue todo el periplo de Luis Crespo y mío haciendo títeres y payasos en el Retiro todos los fines de semana. Nos levantábamos a las 06:00 para coger sitio en el estanque. Me encantaría que alguien lo viera y dijera: «Es él».
–¡Pongamos más payasos par adultos!
–Totalmente. Hay pocos.
–Tiene la responsabilidad de hacer escuela.
–Claro, una escuela de payasos. Me has dado una idea.