Luis Buñuel: «¡¡Merde!! para su “Platero y yo”»
Un volumen recoge la abundante correspondencia, en su mayoría inédita, que el realizador mantuvo con Dalí, Rabal, Juan Ramón Jiménez, Fellini o Deneuve, entre otros. «Su libro me parece muy malo», escribe de «Romancero gitano», de Lorca.
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Un volumen recoge la abundante correspondencia, en su mayoría inédita, que el realizador mantuvo con Dalí, Rabal, Juan Ramón Jiménez, Fellini o Deneuve, entre otros. «Su libro me parece muy malo», escribe de «Romancero gitano», de Lorca.
El primer documento del libro es toda una declaración de intenciones. Está escrito por el niño Luis Buñuel con nueve años. Los destinatarios de la nota son dos compañeros del colegio en Zaragoza: «Mañana, a las tres de la tarde, os espero a los dos solos en el callejón que hay en la facultad. Si no podéis ir al colegio, me la pagaréis los dos juntos. Luis Buñuel». Esta es una de las muchas cartas, tanto enviadas como recibidas, en las que se dibuja la personalidad del cineasta aragonés, una documentación en buena parte inédita que ayuda a reconstruir la aventura humana y artística del autor de «El ángel exterminador» y «Ese oscuro objeto del deseo». Dicho material es el que podemos encontrar en «Luis Buñuel. Correspondencia escogida», un voluminoso trabajo de Jo Evans y Breixo Viejo que acaba de publicar Cátedra.
Sí, es cierto que el realizador de Calanda nos dejó unas memorias llamadas «Mi último suspiro», dictadas a su fiel colaborador Jean-Claude Carrière, pero en ellas Buñuel se preocupó de maquillar la realidad vivida. Por eso esta recopilación de misivas viene a ser una suerte de autobiografía, la más sincera que pudo escribir. Para ello se parte de material extraído del propio archivo del cineasta, así como de las colecciones de instituciones de medio mundo, hecho que demuestra que nos encontramos ante una mirada del siglo XX.
El libro arranca con las misivas del joven Buñuel a su familia y a sus célebres compañeros en la Residencia de Estudiantes de Madrid: Federico García Lorca, Salvador Dalí y Pepín Bello. En ellas vamos viendo la construcción de una figura estrechamente relacionada con la vanguardia, en ocasiones extremadamente crítica. Un buen ejemplo es la famosa carta a Bello en la que valora la publicación del «Romancero gitano», de Lorca: «Su libro me parece, y parece a las personas que han salido un poco de Sevilla, muy malo. Es una poesía que participa de lo fino y aproximadamente moderno que debe tener cualquier poesía de hoy para que guste a los Andrenios, a los Baezas y a los poetas maricones y cernudos de Sevilla. Pero de ahí a tener nada que ver con los verdaderos, exquisitos y grandes poetas de hoy, existe un abismo».
También en esta línea se encuentra la carta que redacta juntamente con Dalí contra Juan Ramón Jiménez y que provocó que el poeta de Moguer estuviera varios días enfermo: «Nos creemos en el deber de decirle –sí, desinteresadamente– que su obra nos repugna profundamente por inmoral, por histérica, por cadavérica, por arbitraria. Especialmente: ¡¡MERDE!! Para su “Platero y yo”, para su fácil y malintencionado “Platero y yo”, el burro menos burro, el burro más odioso con que nos hemos tropezado. Y para usted, para su funesta actuación, también: ¡¡¡¡MIERDA!!!!». La edición de Evans y Viejo incluye la malhumorada respuesta del mismísimo Juan Ramón, quien define a Buñuel, Dalí y «el tercero que se oculta con ustedes» como «además de unos surréalistes, unos majaderos y unos cobardes».
«Un perro andaluz»
El nacimiento del Buñuel director de cine queda aquí registrado en las cartas que escribe en 1929 desde París, plenamente integrado en el grupo surrealista liderado por André Breton. «Un perro andaluz», con un guión escrito con Dalí, será su carta de presentación, que obtendrá un destacadísimo éxito, como le indica al pintor de Figueras en una carta del 24 de junio de ese año: «La sala estuvo llena. El público (muy heterogéneo) reaccionó maravillosamente. Hubo aplausos y tres o cuatro silbidos al final. Pero todos aullaron o rieron cuando era justo». En la misma nota, podemos constatar el camino que ha tomado Buñuel rumbo a la modernidad más absoluta y sin límites, rompiendo con lo que era su pasado más inmediato: «Federico, el hijo de puta, no ha pasado por aquí. Pero me han llegado sus pederásticas noticias. Concha Méndez, la zorra ágil, ha escrito a Vensssensss [Juan Vicens] diciéndole: “Federico ha estado en Londres y me ha contado el gran fracaso de Buñuel y Dalí. Lo siento, pobres chicos”. Como ves, las putas llenan la tierra y pronto llegarán a desalojar las custodias de sus nidos. Alberti “m’a fait chier” [“me enmierda”] y ha llegado la hora de intervenir. Esperaré a estar contigo para trazar nuestro plan de ataque».
Uno de los hitos del libro es la publicación, por primera vez en español, de las cartas que Buñuel se escribió con Marie-Laure y Charles de Noaille, los mecenas que se encargaron de financiar «La edad de oro», un epistolario que se convierte en una suerte de diario de rodaje de uno de los títulos clave del surrealismo, además de ser uno de los grandes escándalos de su tiempo. A ellos también les informa de su marcha a Los Ángeles y sus encuentros con algunos de los grandes nombres de la gran pantalla: «Los domingos paso el día en casa de Chaplin. Es muy simpático, pero poco inteligente. No va nunca con los americanos y siempre está con nosotros (nosotros= dos jóvenes españoles y yo). Cuando está en sociedad, solo le gusta gastar bromas, el baile de los talones, el mimo y otras encantadoras gansadas. Cuando habla en serio, es para mostrar una postal de Londres y contar su infancia con su madre loca mendigando por las calles. Acto seguido, prosigue su baile de talones interrumpido. Cuando vamos a un baño turco, es el único momento en que se calla, y quizá medita. Con todo, tiene cualidades humanas y su carácter es simplemente cordial. (...) Todos los días veo en el comedor de la Metro a todas las estrellas famosas, hombres y mujeres. Estoy especialmente decepcionado con ellas. Joan Crawford es realmente fea. Greta Garbo apenas se deja ver y se viste de un modo muy humilde».
Elogios de Deneuve
El libro nos permite conocer también la relación que Buñuel tuvo con algunos de sus actores y actrices. En este sentido, una mención especial la merece su correspondencia con Francisco Rabal, que, además de protagonista de «Nazarín» y «Viridiana», se convirtió en un gran aliado del director aragonés. Buñuel es una suerte de tío de Rabal, como se visualiza en las cartas, por ejemplo, esta del 10 de mayo de 1960: «Sobrino más activo, servicial e influyente que tú, no creo que exista. Hace tres días el Consulado me avisó de que esta vez iba en serio y tengo el visado que impedirá que me den garrote vil. Y eso gracias a ti». También resulta interesante leer la opinión que tienen del realizador los intérpretes que trabajan con él tras concluir un rodaje. Eso es lo que le escribió Catherine Deneuve después de acabar «Tristana»: «Me fue imposible expresarle el otro día la emoción que sentí ante “Tristana”; el aeropuerto, toda esa gente, y la sorpresa de encontrarle allí, más aun cuando su carta ya me había colmado de felicidad, me lo habrían impedido. Desde el primer día de rodaje siempre supe y sentí la fuerza de este tema, de principio a fin no me decepcionó; es más, la primera visión de la película me ha trastocado. Don Lope y Tristana, bajo su mirada, han adquirido una dimensión y alcanzado una verdad como rara vez he visto. Cada día observé cómo dirigía usted de manera tan precisa a Fernando [Rey], con tanta atención y tanta exactitud. Fue impresionante. Todo eso lo he visto reflejado en la película».
Esos mismos elogios también le llegan de compañeros de profesión, como Federico Fellini, quien apunta, tras ver «El discreto encanto de la burguesía»: «Decirte cuánto me ha gustado tu película, cuánto me ha divertido y fascinado, de repente me resulta obvio, e insuficiente expresarte el sentimiento, la emoción tan profunda, tan privada, que me ha animado a escribirte de inmediato. La vitalidad, la naturaleza espléndida, la fantasía impasible e inquietante, el humor cruel y tan humano, la libertad provocadora y omnipresente en tu última obra, en cierto momento me abrió los ojos a una especie de encarnación de un dios nutriente y tutelar de una creatividad que se las arregla para ignorar las mortificaciones y el debilitamiento incisivo del tiempo. Y, justo en ese momento, he encontrado una gran consolación, una confianza reconfortante, una confusa y viva gratitud hacia ti».
El libro concluye con un documento fascinante y divertido: el testamento que Luis Buñuel dejó para sus amigos. Son tres recetas para brindar a su salud:
«Dry Martini: ginebra, gotas de vermú, preferentemente Noilly-Prat. Tal vez angostura. El hielo, muy duro, que no suelte agua.
Buñueloni: Carpano, ginebra y cinzano dulce. Más ginebra que los otros componentes.
Bebida de los surrealistas: cerveza, Picon y granadina».