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Luis Suárez: «Franco fue a Hendaya a despistar a Hitler y lo logró»

Académico de la Real Academia de la Historia. Sintetiza en su nuevo libro, «Franco y el III Reich», las relaciones de España con la Alemania nazi de Hitler

El encuentro entre Hitler y Franco se produjo en una estación de ferrocarril, en Hendaya
El encuentro entre Hitler y Franco se produjo en una estación de ferrocarril, en Hendayalarazon

Académico de la Real Academia de la Historia. Sintetiza en su nuevo libro, «Franco y el III Reich», las relaciones de España con la Alemania nazi de Hitler

Se mueve por los terrenos del medievo como nadie, conoce cada uno de sus momentos casi mejor que cualquiera de los que los vivieron. En un abrir y cerrar de ojos lo mismo te cuenta la importancia de la mujer en las Cortes de entonces, que te detalla cada una de las cruzadas. Nombre a nombre, paso a paso. Y haciendo ver que prácticamente todo lo que tenemos hoy germinó allí, en esa época tan «oscura», como quieren verla algunos. Pero esta vez no toca llenarse las botas de fango por aquellos caminos de barro ni combatir en heroicas batallas de espadas y armaduras. El académico de la RAH deja aparcado –un rato– todo este mundo por su otra gran pasión, Franco, de quien conoce sus archivos de arriba a abajo y de donde ha salido su nuevo libro: «Franco y el III Reich», una síntesis de todos los trabajos que había publicado con anterioridad sobre las relaciones de España con la Alemania de Hitler. Eso sí, la «polémica» comienza desde la segunda línea del libro.

–¿Cómo vio, desde la distancia, ese Luis Suárez adolescente el nazismo?

–Con una enorme preocupación. La Guerra Civil me pilló de niño, pero en la II Guerra Mundial me hubiera tocado estar. Uno de mis agradecimientos de por vida es a quienes consiguieron que España no entrara en ella.

–¿Y, en concreto, al III Reich?

–Al principio como un país poderoso y con una gran fuerza militar, pero poco a poco se fue viendo como un sistema cruel y terrible, una amenaza.

–¿Qué imagen tenía de Franco por entonces?

–Para mí era un hombre que mantenía la paz y el orden. Fui tomando gran confianza en cómo gobernaba y cómo el país iba cambiando. Hay que tener en cuenta que yo no tenía grandes medios ni influencia ninguna y pude hacer una carrera, ser catedrático, llegar a ser director general de universidades... En fin, tener una prestancia. Me sentía con total independencia.

–Y ahora, ¿cómo le ve?

–Su imagen ha mejorado con el tiempo porque he visto las cosas positivas que consiguió: acabar con el paro, mantener la paz y superar las crueldades de la guerra, que se produjeron en ambos bandos. Es una tontería pretender hacer ver que sólo en un bando se hacían cosas.

–Guerras...

–Y las civiles siempre son crueles. Después, tuve la oportunidad de hablar dos veces cara a cara con Franco y me quedó la idea de un hombre muy educado y condescendiente. Siempre me recibió con afecto, con calma y escuchando, y eso que no era más que un simple rector que le tenía que ver por requisitos del cargo.

–No fue totalitarista, ni fascista, ni falangista... ¿Qué fue?

–Autoritario. Puso al partido al servicio del Estado desde un primer momento, el totalitarismo sería al revés. Él no quiso ser simplemente un dictador, quería ser mucho más: jefe del Estado, del Gobierno y del Ejército. Por eso, decir dictadura históricamente es un error. Gracias a eso vino la posibilidad de una transición sin volver otra vez atrás, que es una de las cosas más positivas que se pueden decir.

–¿Por qué no le ve como un dictador?

–Porque eso es simplificar las cosas. La distinción entre totalitarismo y autoritarismo la entendemos los historiadores, no es fácil.

–Hay historiadores que también le tildan de dictador.

–Pero por razones políticas. Yo creo que era algo más, no era solamente un dictador como Primo de Rivera. Por eso utilizó el término de caudillo.

–Que no incluye dictador...

–No, no.

–Y ¿por qué adoptó la Falange de José Antonio? Si no era el niño de sus ojos precisamente.

–No creo que le tuviera atravesado. De hecho, trató de hacer un esfuerzo económico considerable para rescatarle cuando estaba preso en Alicante.

–Los joseantonianos opinan que no hizo todo lo que pudo.

–Eso son cosas suyas. Porque además tenían cierta afinidad. José Antonio dijo muy claramente que no era ni fascista ni totalitario e incluso murió con un crucifijo en la mano. Pensaba en un régimen de un solo movimiento político y sometido a una ideología, que en gran medida procedía del cristianismo.

–Vamos con el libro y las relaciones hispano-alemanas. En la segunda línea del prólogo ya se habla de una obra «polémica».

–(Risas) El prólogo no es mío, ¿eh?

–Lo sé, pero lo dice.

–Yo he tratado de sacar la explicación del proceso histórico con la documentación que me ha llegado. El lector tiene la libertad de interpretar las cosas como le parezcan. Para alguno será la demostración de que se hizo bien y para otros, de que todo fue muy mal.

–¿Qué compromisos adquirió España con el III Reich?

–Económicos. Durante la Guerra Civil contrajo con Alemania una deuda tremenda y éstos la reclamaban. Goering lo llamaba el «botín de guerra» y ése era el pacto. Aparte, el temor que se tenía en los cuarenta a Alemania, que se llevaba por delante al que quería, y España tenía que guardar todas las formas para evitar que le metiesen ahí. De hecho, de haberse cumplido las órdenes, que ya se habían firmado, no hubiéramos aguantado ni ocho días.

–¿Qué habría pasado si a Serrano Suñer, partidario del nazismo, no le hubieran tratado mal en su visita a Alemania?

–Al principio le atraía aquel régimen porque veía las ventajas económicas de lo que había resuelto: cuando llegan al poder se encuentran con un país prácticamente arruinado y en poco más de un año restablecen la economía. Es después, en su viaje a Berlín, cuando ve de cerca las cosas y cambia su manera de pensar e insistió en huir del tema. Porque, en realidad, el gesto más importante para evitar que España entrara en la II Guerra Mundial no fue Hendaya, como mucha gente piensa, fue Berchtesgaden, porque allí Suñer consiguió un retraso vital, ayudado, eso sí, por circunstancias externas.

–¿Hubo tantas posibilidades de que España, pese a ser neutral, entrase en guerra?

–Estuvo cerca de que le invadiesen los alemanes para apoderarse de Gibraltar, la orden estuvo hasta firmada.

–Y ahí comienza el alejamiento.

–Claro. Aunque la mayor distancia entre ambas partes siempre se situó en el aspecto religioso. Además, Hitler no tenía un buen concepto de Franco, cosa que éste sabía, porque le veía como a una especie de dependiente del clero.

–En la relación Franco-III Reich es obligado acordarse de Hendaya, como antes ha citado. ¿Fue un fracaso?

–Sí claro. Ahí fue muy hábil Franco porque planteó los asuntos de tal manera que Hitler se quedó desconcertado. Creyó que iba a verse con él para decirle que entraban en guerra y descubrió que no. Cuando volvían hacia París, Hitler dijo que no volvería a hablar nunca más con Franco porque no le había entendido si quería entrar o no en guerra.

–¿A propósito?

–Sí, claro. Hay notas manuscritas de Franco que lo demuestran.

–Aunque su distanciamiento ya venía de antes, ¿no?

–La primera noticia de que Hitler le consideraba como un militar mediocre y un político de poca importancia es del 38. Posteriormente se va acentuando.

–¿Y Franco de Hitler qué pensaba?

–No puedo entrar en su pensamiento, no dejó nada escrito al respecto. Nunca habló mal de él, ni tampoco bien.

–Usted refleja que eran más diferentes que parecidos, ¿pero comprende las similitudes que se establecen?

–Yo no las veo. A mí me parecen muy distintos en todos los aspectos.

–¿Qué opinión tenía de lo que se estaba haciendo con los judíos?

–Sabía parte de lo que había, pero no quería más problemas. Franco siempre tuvo un compromiso con los judíos, por ello logró salvar a más de 45.000. Hay una anécdota del día que llegó a Nueva York la noticia de la muerte de Franco, en la que el rabino mayor de la ciudad pidió a sus fieles que rezasen por su alma porque tuvo piedad de los judíos. No era projudío ni antijudío, pero tuvo piedad.

–Quizá sea algo que le faltó en la posguerra. ¿Por qué optó por la represión en lugar de una solución más conciliadora?

–Eso ya no lo sé, no podría decirle nada. Ahí no hay argumentos documentales en los que apoyarse. No puedo dar opiniones como historiador, sólo explicar lo que las pruebas me dicen.

–Y ¿por qué permitió a algunos nazis huir por España?

–Por mantener la neutralidad. Quería dar la sensación de que se estaba por fuera de la contienda y que aplicaba las normas humanitarias que deben aplicarse en cualquier país neutral.