Luis XVII y el corazón de la discordia
Esta reliquia provocó disputas entre orleanistas y legitimistas, pero una prueba de ADN, al final, despejó dudas y zanjó la larguísima polémica
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Esta reliquia provocó disputas entre orleanistas y legitimistas, pero una prueba de ADN, al final, despejó dudas y zanjó la larguísima polémica.
E príncipe Luis Carlos de Borbón y Habsburgo-Lorena sucumbió al estallido de la Revolución Francesa. Philipe-Jean Pelletan, el cirujano de la prisión del Temple donde fue confinado con sólo diez años Luis Carlos de Borbón, hijo del rey Luis XVI y de la reina María Antonieta, guillotinados por los revolucionarios, realizó la autopsia al cadáver del también duque de Normandía. Consciente del gran momento histórico, extirpó su corazón y lo llevó a su casa, sumergiéndolo en un frasco con alcohol para conservarlo como la mejor de las reliquias pues, a fin de cuentas, su dueño había muerto igual que un mártir.
Entre tanto, los franceses contrarrevolucionarios, ignorantes de la suerte del muchacho, proclamaron a éste nuevo rey con el ordinal de Luis XVII y derramaron sangre por su causa en diversos lugares del país. Pronto, la leyenda se adueñó de los franceses. En 1824, un relojero de Spandau, Carlos Naundorff, aseguró que era el hijo de Luis XVI, evadido de la prisión del Temple. Al parecer, el chaval había sido rescatado de la cárcel y sustituido por otro, de gran parecido físico, que murió de tuberculosis en su celda el 8 de junio de 1795.
El relojero de Spandau asumió el título de duque de Normandía y, debido a su asombroso parecido con el rey guillotinado, logró reunir en torno suyo a numerosos partidarios. Años después, Carlos Naundorff murió envenenado en la localidad holandesa de Delft. Pero sus defensores, conocidos como «naundorfistas», siguieron reivindicando la sucesión de su mentor.
Por el contrario, la familia Borbón mantenía que el joven Luis XVII había fallecido en el Temple, hasta el punto de que su tío y sucesor fue proclamado como Luis XVIII al restaurarse la monarquía, ya en 1814.
Derechos sucesorios
La discordia entre «naundorfistas» y Borbones tenía una enorme trascendencia dinástica para Luis Alfonso de Borbón, pues si su antepasado Luis XVII no había muerto en el Temple, sino que había logrado fugarse de allí, el hijo del duque de Cádiz perdería su condición de heredero al trono de Francia. La primogenitura correspondería entonces a los descendientes del muchacho evadido de la cárcel. Estaban así en juego los derechos sucesorios a la Corona de Francia, que siempre habían defendido el infante don Jaime de Borbón y su hijo Alfonso de Borbón Dampierre. Mientras, el corazón del presunto Luis XVII pasó por bastantes manos, antes de llegar en 1895 a las de Carlos VII, jefe de la Casa de Francia. Una de sus nietas, la condesa Wurmbrand, lo donó en 1975 a una sociedad de amigos de la Basílica de Saint-Denis, presidida por el duque de Bauffremont.
El corazón se expuso en una capilla de Saint-Denis, provocando una serie de disputas entre orleanistas y legitimistas. Enrique de Orleáns insistía en que el niño muerto en el Temple no era Luis XVII, oponiéndose a practicar las pruebas que avalasen su hipótesis. Los orleanistas se mofaron de sus rivales, acusándoles de «idolatrar» una reliquia que «Dios sabe a quién podía pertenecer». Pero en 1999, a sugerencia del historiador Philippe Delorme, el duque de Bauffremont decidió resolver el enigma del niño del Temple que tantos falsos hijos había hecho alumbrar por todo el mundo.Fue así como se sometió el corazón a las pruebas de ADN. Algo tan sencillo como cotejar una muestra genética de la madre, María Antonieta, con otra de la víscera de su presunto hijo. Luis Alfonso de Borbón y sus partidarios legitimistas corrían un riesgo evidente. Si las pruebas confirmaban que el tejido era del verdadero Luis XVII, el hijo del duque de Cádiz quedaría ungido como el primogénito de la familia. Pero, ¿qué sucedería si la investigación revelaba todo lo contrario, es decir, que la víscera no pertenecía al hijo de María Antonieta?
Durante cuatro meses los profesores Jean-Jacques Cassiman, de la Universidad belga de Lovaina, y Ernst Brinckmann, de la alemana de Münster, analizaron concienzudamente una serie de muestras fiables pertenecientes a María Antonieta. Se optó al final por el código genético de tres muestras de cabello que la propia reina había enviado, antes de morir, a su madre la emperatriz de Austria, María Teresa I. Los cabellos de María Antonieta se compararon con el ADN de sus hermanas Juana Gabriela y María Josefa. Los profesores emplearon también parea las pruebas el código genético de la reina Ana de Rumanía y del príncipe Andrés de Borbón-Parma, que eran parientes de Luis XVII y que se prestaron voluntariamente para la prueba. Al final no cupo la menor duda: el ADN de María Antonieta y el del corazón del muchacho coincidían. Luis XVII había muerto en el Temple.