Madonna tiene cuerda para rato
La actuación tuvo un retraso de más de una hora por las medidas de seguridad y los registros previos a la entrada al Palau Sant Jordi
La actuación tuvo un retraso de más de una hora por las medidas de seguridad y los registros previos a la entrada al Palau Sant Jordi.
Madonna pudo con los estrictos controles de seguridad que convirtieron el Sant Jordi en un fortín blindado por las fuerzas del orden –era imposible pasar los cinco accesos principales a los aledaños del Palau sin ser cacheado de forma ostensible tras enseñar la entrada que daba derecho al concierto–, el retraso (una hora y cuarto) y un frío digno del más crudo invierno.
En una decisión que honra a la norteamericana –no sólo vive de rentas y de «hits» pasados–, gran parte de su show lo protagonizan las canciones de su nuevo álbum, «Rebel Heart», un disco no del todo logrado pero que funciona bien en directo gracias a la intensidad y al alto volumen con el que son ejecutados sus temas más reconocibles. Una reivindicación del aquí y ahora de la diva, que muestra fuste y seguridad en sí misma. De hecho, esto último es lo que hace avanzar el espectáculo de feria que supone su nueva gira. Un juguete carísimo que, como viene siendo habitual en todos los tours de los mastodontes pop actuales, funciona como un parque de atracciones audiovisual en el que no cesan de pasar cosas.
Anoche en Barcelona hubo un poco de todo: la aparición de la diva enjaulada y la estética bizantina de «Iconic», que vino precedido de un vídeo con consignas revolucionarias (sic), con Mike Tyson como invitado especial; los motivos orientales en la poderosísima en directo «Bitch I’m Madonna»; la electricidad de «Burning Up», con la cantante empuñando la guitarra; las bailarinas de «strip-tease» con «outfits» de monja –uno de los momentos más gamberros de la noche– en «Holly Water» canción que enlazó con «Vogue» y una representación pagana de la Santa Cena –una suerte de recreación pop y hedonista de la famosa escena de «Viridiana»–; la estética industrial de «Body Shop», con el chasis de un coche en el escenario incluido. La iconografía religiosa que tanto gusta a Madonna está presente en el mismo diseño de la plataforma principal del show, una cruz cristiana gigante que en su base presenta un corazón. Un imaginario cien por cien afín a la cantante e una imagen que hace pensar en los tatuajes talagueros mostrados por marineros de agua salada de dudosos pasado.
Uno de los momentos más celebrados de la noche vino con la interpretación acústica de «True Blue», casi «a capella» y con un simple ukelele. Un instante realmente cercano y rebosante de encanto dentro de un show megalómano que, eso sí, consigue captar de forma constante la atención del público a pesar de unos interludios entre los tramos principales de la actuación, algo cuestionables por su descarado aire hortera –el bailarín de la sábana del primer parón era puro kitsch–. Tras el momento emotivo de «True Blue», Madonna fue entregando una colección de «hits», que mantuvieron el tipo en un show equilibrado y medido al dedillo en el que apenas había lugar para la improvisación.
Si bien no sería justo afirmar que la Madonna de ayer noche en Barcelona se entregara a medio gas –se mostró cariñosa y juguetona con la audiencia barcelonesa–, sí que se la pudo ver economizando bien sus esfuerzos físicos. La norteamericana roza ya la sesentena y debe bajar el ritmo si quiere continuar en los escenarios unos años más. Eso sí, tras lo visto ayer en la ciudad condal, le queda cuerda para rato. Por cierto. Madonna se sigue acordando del rey del pop. Su salida del escenario vino precedida del «Wanna Be Startin Something» de Michael Jackson.