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Marta Minujín, el Velázquez más pop

El máximo galardón de las artes plásticas recae en la colorida artista argentina, con poca obra en España

Marta Minujín, en una imagen de archivo
Marta Minujín, en una imagen de archivolarazon

El máximo galardón de las artes plásticas recae en la colorida artista argentina, con poca obra en España.

Va camino de su taller. Después de recibir la noticia del Premio Velázquez está exultante, más de lo habitual, si cabe. Marta Minujín, argentina de nacimiento de 1943, es dinamita pura. Quizá la galardonada menos conocida dentro de España y de sus predecesores en el Premio, la más divertida, la más colorista. La más pop. «La más loca», son sus palabras. Minujín casi diríamos que duerme con sus gafas oscuras que coquetamente le tapan los ojos. Tiene el pelo rubísimo y gusta de vestir lo que allí en su tierra se llaman «overoles» y que aquí no son sino monos de trabajo. Los tiene de todos los colores y los luce a diario. «Son mi moda. Me siento tan cómoda con ellos que ya no puedo pasar sin llevarlos. Y así van cuarenta años ya», dice. Minujín está feliz. No se podía imaginar que la llamarían desde Madrid para comunicarla que era la ganadora este año del Cervantes de las artes plásticas. «Creía que ni sabían que yo existía. Pensé que se trataba de una broma el que pudieran premiar alguien como yo que he acostado a la Estatua de la Libertad o arrojado pollos desde una avioneta, pero cuando me dijeron que sí, que era verdad, me llené de alegría. Qué sorpresa más increíble me he llevado», explica. ¿Y el dinero? «La plata me va a venir estupendamente para todos los proyectos que tengo entre manos», asegura.

Cada día se deja caer por el estudio para trabajar, con o sin premio, como ayer. Tiene dos obras en construcción y da forma a la pieza que llevará a la Dokumenta de Kassel, que no va a ser moco de pavo: «Voy a montar una cosa muy grande para el año que viene. El Partenón formado con libros prohibidos de todas las épocas, que medirá setenta metros de altura. Y me gusta hacer obras gigantes porque después el público puede desarmarlas a su antojo. Estoy segura de que va a ser una obra fantástica que va a mostrar la diagonalidad del mundo. Yo vivo en los escenarios que creo». Lo suyo, en efecto, es el tamaño XXL y que el espectador puede tocar o llevarse a casa un poquito de su arte porque «la idea es la que permanece, además del proyecto y los dibujos», comenta.

Cerca de Christo

Le decimos que en su obra podría haber cierto parentesco con los cuadros llenos de puntos de la japonesa Yayoi Kusama o alguna similitud con la provocación de la Marina Abramovich de los comienzos de los setenta. Pero ella lo tiene absolutamente claro: si tiene que ver con alguien es con Christo (el artista, claro), «por el tamaño de las obras y por la temporalidad». En alguna de ellas dice que ha empleado casi veinte años. «¿Sabe una cosa? El arte que yo hago no da dinero, no hay quien quiera financiarlo. Yo me gané 17 becas y gracias a eso pude vivir en París y en Nueva York. La verdad es que de esto se vive sólo a duras penas», señala y agradece de nuevo lo bien que le va a venir la plata para el futuro inmediato.

Se le va a llenar el estudio de periodistas. Todos quieren hablar con Minujín. ¿Se siente querida en Argentina? «Claro que sí. Aquí soy repopular porque mis obras acaban en las manos de la gente», deja escapar con una carcajada.

Nació en Buenos Aires y estudió en las escuelas nacionales de Bellas Artes de la capital. En 1959 inauguró su primera individual y en los sesenta vivió primero en París y después se trasladó a Nueva York donde a principios de los setenta dos de sus acciones dieron bastante que hablar: «Kidnappening», una combinación de secuestro y happening, e «Imago Flowing», que fusionaba ópera y happening. Sus obras están repartidas por museos de medio planeta. En España cree recordar que el Reina Sofía posee algún vídeo suyo y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo un par de piezas.