Historia

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Los «cuatro gatos» españoles que vivieron la revuelta

Blanco Vila, Sánchez Dragó, Savater, Tamames y Falcón recuerdan cómo vivieron las revueltas de París «in situ», desde España o exiliados en Oriente.

Los «cuatro gatos» españoles que vivieron la revuelta
Los «cuatro gatos» españoles que vivieron la revueltalarazon

Blanco Vila, Sánchez Dragó, Savater, Tamames y Falcón recuerdan cómo vivieron las revueltas de París «in situ», desde España o exiliados en Oriente.

Un tipo que se sacó los estudios secundarios mientras trabajaba en una fábrica de aparatos eléctricos, que ocupó la misma habitación que Valle-Inclán, que creó el primer Festival de Cine de Humor de La Coruña, que en dos años subió la tirada de «El Ideal Gallego» de 7.000 a 19.000 ejemplares, que ha escrito más de 30 libros («Para leer a Camilo José Cela», «Memorias de un gato tonto»...), que puso a andar Periodismo en la CEU San Pablo..., no podía perderse el Mayo del 68. «Y eso que de aquí solo fuimos cuatro gatos, por mucho que luego todo el mundo diga que estuvo», comenta un orgulloso Luis Blanco Vila (Boiro, La Coruña, 1936). Entonces era el corresponsal del diario «Ya» en París y aquel 3 de mayo en el que estalló definitivamente el conflicto acababa de regresar de España. Puso la radio, escuchó «el follón» y le dijo a su mujer que ese ruido «no era más que un partido de rugby», pero que él se bajaba a la calle y que tardaría en volver. Y vaya si lo hizo, recuerda: «Era la hora de comer y no aparecí hasta las 12 de la noche». «En París ha estallado la revolución», titularía su crónica, «a pesar de las chanzas de los más veteranos del lugar, que se reían de mí y decían que eso lo paraba De Gaulle en breve».

Ya venía de lejos

Pero «la historia ya venía de lejos» y retrocede al 22 de marzo de ese 68. «Fue cuando empezó todo»: acababa de abrirse un colegio mayor femenino en Nanterre en contra de los estudiantes, que querían uno mixto. «Entonces, acudió el ministro para inaugurar la piscina y para presentar el “Libro Blanco de la Educación”. Eso no gustó y Daniel Cohn-Bendit le dijo algo así como “métaselo p­or donde le quepa, abra residencias para chicos y chicas”. A lo que el político contestó: “Si usted tiene ardores sexuales, se tira a la piscina y se le pasa”. Y el joven saltó a por él, aunque le pararon».

De aquello surgió un movimiento encabezado por Cohn-Bendit, uno de los futuros cabecillas del Mayo del 68 y conocido de un Blanco Vila que lo describe como «líder atrevido». Durante esas semanas, el corresponsal había acudido a Nanterre a dar una charla sobre literatura española, cuenta, cuando el estudiante le interrumpió: «¿Y Franco qué?». «Así que le contesté que, hasta el momento, solo tenía un guión de cine y que ni siquiera era bueno». Fue la primera toma de contacto del periodista con un movimiento al que iría persiguiendo por los campus y por las calles del Barrio Latino. «Hasta me llevé un porrazo en el hombro de un CRS [antidisturbios franceses] que todavía hoy me pasa factura», se duele.

Pero no todos tuvieron la suerte del gallego. Muchos otros observaron París desde la distancia. Tuvieron enfrente de su mirada ávida de «dar la lata» unos fríos barrotes grises que les impedían la libertad. Grises como los guardias que durante la época franquista los perseguían por sus reivindicaciones. Algunos de ellos contienen ahora el análisis sosegado del que ha alcanzado la madurez. Representantes del «mayo del 68 español». Aunque, ¿cuándo empezó realmente? Para el ensayista, novelista y crítico Fernando Sánchez Dragó «es una continuación del espíritu que habíamos iniciado en España en 1956». Época en la que compartió prisión con el reputado economista Ramón Tamames, y otros más: «¡Y con Ruiz de Gallardón padre!», ríe. Porque para Dragó todo fue diversión. «Era un niñito bien del Barrio de Salamanca y quería ser Hemingway. Me gustaba ir a prisión. No me podía ir a matar leones en el Kilimanjaro, así que solo podía rebelearme contra Franco». Sostiene que, tanto en una ciudad como en otra, nadie pensaba que se iba a acabar «montando la mundial».

A raíz de una marcha verde para rendir homenaje a Ortega y Gasset, definiéndolo como «filósofo liberal español», «los falangistas franquistas, porque había falange anti franquista, obligaron a los estudiantes a entonar el “Cara al sol”. Y Pepe Ondarreta, un vascote con los cojones del caballo de Espartero, se negó. Y le atizaron la bofetada». Aquello, prosigue, corrió como la pólvora y los jóvenes convocaron una manifestación, en la que un falangista resultó herido de un tiro. Desde entonces, Dragó se convirtió en un exiliado político y se dedicó a explorar el planeta. Lo que le permitió ser un «aventajado» de lo que vendría después. «Por eso no estuve en París, porque ya lo había vivido antes y me fui a Oriente. Estuve en la Guerra de Vietnam. Y tenía de primera mano una información sobre Mao Tse-Tung que mis amiguitos de París, contrarios al comunismo soviético, no tenían».

Para Tamames, ése fue el problema del Mayo francés: «No llegó a ser una revolución», considera. «No había una doctrina común y no se formó un partido político impulsor con verdaderos líderes». Prueba de ello, añade, es que «el presidente De Gaulle tomó la decisión de disolver la Asamblea Nacional y de convocar elecciones generales, en las que obtuvo mayoría absoluta».

¿Fue prescindible entonces el Mayo del 68? Para la fundadora del Partido Feminista de España y miembro del Partido Socialista Unificado de Cataluña, Lidia Falcón, no: «Lo real es racional. Ese año me centré en reivindicar derechos y fui elegida presidenta de la Sección de Derechos de la Mujer en la Asociación de Amigos de Naciones Unidas en Barcelona». Falcón organizó ciclos de conferencia sobre los derechos civiles y laborales de las mujeres, lo que le supuso visitar en varias ocasiones la cárcel: «Estábamos aisladas, encerradas», afirma. «Me irritan los jóvenes actuales, que se creen que van a cambiar las cosas con panderetas, como se vio el 15-M. Los franceses eran los hijos de la burguesía, pero sabían a quién leían. Querían romper con la expresión patriarcal y de autoritarismo».

Fernando Savater es más condescendiente: «Cada época tiene su momento», asegura. En su caso, la heroicidad estuvo en un segundo plano: mantuvo conversaciones con la corriente situacionista francesa, la más fuerte de aquel Mayo, «pero desde un plano discreto». La reacción se originó cuando mataron a un amigo, Enrique Ruano. «Perdimos nuestras restricciones. Participé en los movimientos estudiantiles en Madrid, me detuvieron y me denegaron el permiso de salida». Para el filósofo, «las alteraciones del orden fueron bastante fuertes. Mucho más que en Francia, aunque no haya tenido tanta Prensa. Yo estuve encarcelado diez años». Pero París, cuna europea de la cultura, envolvió a los estudiantes de un halo romántico como toda revolución con buen «marketing». Los españoles que no pudieron abandonar el suelo patrio fueron bautizados en un Consejo de Ministros «jaraneros» y «alborotadores». Otro estilo.