Milagro, milagro
Es de estas pérdidas que impresionan. Precisamente, porque guardo muy buen recuerdo. Francisco Nieva era un hombre muy cordial, de trato agradable y sencillo. Lo fundamental en él, desde mi punto de vista, fue la extraordinaria originalidad de su producción. Dentro de su caracterización, la enorme extensión de sus dimensiones artísticas se cruza, por una parte, con la independencia de su originalidad y, por otra, con la multitud de desempeños que albergó: literato, escenógrafo, pintor, dibujante, escritor, dramaturgo, autor de memorias... Deja un hueco muy grande e imposible de llenar, se une al vacío de Antonio Buero Vallejo y Fernando Fernán Gómez. Si tuviera que destacar una cualidad concreta y sensacional de la vida de Paco, es que siempre lo daba todo: su extraordinaria generosidad. Él regalo a la Academia su «Teatro privado del horror» de forma altruista. Una combinación de textos y dibujos que es una auténtica maravilla. Una manera de combinar la prosa y la dimensión artística única. Respecto al artículo inédito que se publicaba ayer en este periódico –«Érase una vez»–, me gustaría cerrar esa historia del milagro cervantino. Se dedicó mucho a los clásicos españoles, incluso a Larra, lo curioso del «milagro, milagro» –que citaba– acabaría como el milagro de Basilio en las bodas de Camacho, de «El Quijote»: milagro, milagro, no; industria, industria. Lo de Francisco Nieva fue un trabajo gigantesco, un ingenio, una capacidad para moverse en mundos distintos... y siempre de formas originales, como el Postismo. Nieva es un escritor con una enorme categoría dramática y, al mismo tiempo, es un artista con todas las características. Cuando ves el tamaño de los dos volúmenes de sus dos obras completas, te das cuenta de que es alguien muy especial, admirable. Hay pocos autores que puedan tener en el currículum una producción de ese peso. Los textos que hizo son muy diferentes al resto por esa propiedad que desarrolló de la originalidad. Y, para colmo, era simpatiquísimo, cuando tocaba sus aventuras como escenógrafo realmente te tenía pendiente de cada detalle. Trato cordial, natural... Eso es lo que más caló en mi recuerdo, su sencillez. Y, sobre todo, era muy original.