Monterey: el festival que incendió el pop
Tres días de música y 200.000 espectadores para escuchar a Simon & Garfunkel, The Animals, Janis Joplin, The Who y Jimi Hendrix, entre otros. Se cumple medio siglo de la celebración del primer festival masivo de pop (un año antes de Woodstock), un evento descomunal y pionero que se desarrolló en pleno «verano del amor».
Aquel fue el verano del amor. Una generación entera había crecido alimentándose del camino de Kerouac, la esperanza de John F. Kennedy, la fraternidad de Martin Luther King y la pasión por la vida. Amor y paz, decían los jóvenes con flores en el pelo. La máxima expresión de las artes era la música pop, convertida ya en un producto de consumo masivo y el más certero vehículo de expresión de una generación todavía con ansias de revolución. ¿Cómo canalizar todo aquello? La respuesta fue inequívoca: Monterey. Del 16 al 18 de junio de 1967 se celebró en aquella ciudad californiana el que hoy –en plena época de explotación masiva de este tipo de eventos– es considerado el primer festival masivo de música. Los viejos festivales de Newport habían propiciado un lugar de reunión para la juventud, pero géneros tan minoritarios como el folk o el jazz no permitían pensar en esos eventos como algo rompedor. El Monterey Pop Festival sí que lo fue. Y de qué manera.
Más de 200.000 espectadores de todas las razas y condiciones sociales se citaron allí para asistir a tres días de celebración. John Phillips, de The Mamas & The Papas, fue el instigador de una idea que también abrazaron el productor Alan Pariser y el publicista Derek Taylor. Todos los artistas actuaron gratuitamente y donaron los ingresos a la Fundación MIPF, una sociedad caritativa que todavía hoy sigue recibiendo miles de dólares. Al tiempo, los organizadores pusieron un enorme empeño –sí, ese bien tan extraño que se llama profesionalidad– en que todo saliera bien: excelentes equipos, orden, instalaciones ideales, voluntad... Ayudó notablemente el público, miles de muchachos pacíficos que como mucho se empacharon de LSD. No se registró ni una muerte, ya fuera por sobredosis o vandalismo. Aquellos eran buenos tiempos.
El cartel fue sencillamente inspirador. Buena parte de las corrientes musicales de la época se vieron reflejados en un programa en el que el primer día estuvieron sobre las tablas Johnny Rivers, The Animals y Simon & Garfunkel. La siguiente jornada se abrió con el sudoroso blues de Canned Heat y los Big Brother de Janis Joplin. Después llegaron Al Kooper, Steve Miller, The Byrds, Jefferson Airplane y Otis Redding, entre muchos otros. El día final quedó para gente como Ravi Shankar, de nuevo Big Brother, Buffalo Springfield, The Who, Jimi Hendrix, Grateful Dead y The Mamas & The Papas. Todos los sonidos anglosajones, la música de una era, estaban aquí. También el espiritual sitar de Ravi Sankar y las cuatro horas de colocón feroz que suministró a los espectadores más volátiles. El fantástico equipo de sonido permitió grabar prácticamente todas las actuaciones, que han llegado intactas hasta nuestros días. Otro hito fue la filmación, pues de ella se encargó el avezado realizador D.A. Pennebaker.
De Texas al mundo
Monterey asistió al nacimiento de una estrella: Janis Joplin. Apenas conocida en su Texas rural, junto a su grupo, Big Brother and the Holding Company, ofreció una actuación tan memorable que tuvo que repetir en el día de clausura porque nadie había previsto filmar su show inicial. Su despedida con «Ball ‘n’ Chain» fue sencillamente estremecedora. Janis era pasión, amor y dolor. Ella era el blues y todos se dieron cuenta en Monterey.
La siguiente noche ofreció su punto culminante con la actuación de Otis Redding. El gran «Mr. Lamentos» era un hombre acostumbrado a tocar ante audiencias negras y no demasiado mayoritarias. La organización asumió una parte de riesgo al incluirle como cierre de cartel del sábado 17 de junio. Pero ese era el espíritu de Monterey: la integración, ofrecer el mensaje de una América generosa y abierta. Allí apareció el gigantesco Otis junto a su increíble banda, los inolvidables Booker T. & MG’s. Redding se salió. Con su vistoso traje verde, puso a toda la audiencia en pie mientras interpretaba prodigios como «Shake», «Respect» o el «Satisfaction» de los Stones. Pero por encima de todo quedaron dos piezas para el recuerdo, ya parte de la historia de la música. El primero fue «I’ve Been Loving You Too Long», con el genio retorciéndose mientras el gentío permanecía en silencio con el corazón en un puño. La traca final fue «Try a Little Tenderness», ese irresistible «crescendo» que terminaba con Otis recorriendo el escenario de lado a lado ante una audiencia enloquecida. Fue el punto culminante del éxito para Redding, quien seis meses después, el 10 de diciembre, fallecería en un lastimoso accidente de para apagar una de las gargantas más emblemáticas de la música contemporánea.
La tercera y última noche del festival perteneció a Jimi Hendrix. Por entonces, casi nadie en Estados Unidos sabía lo bueno que era el guitarrista de Seattle. Desconocido en su propio país, era un músico de músicos. Los Who sabían cómo se las gastaba y se jugaron a cara y cruz ver quién salía antes, pues los ingleses también tenían fama de dejar a la audiencia extasiada con sus volúmenes y espectáculo. Ganaron los Who y a Hendrix le tocó el papelón de salir después de la brutal actuación de los ingleses, con Townshend haciendo el molinillo, Roger Daltrey elevando el micrófono sobre los espectadores y Keith Moon acribillando literalmente su batería. Pues bien, Hendrix escribió en Monterey el comienzo de una de las páginas más épicas de la historia de la música. «Like a Rolling Stone», «Hey Joe» y «Purple Haze» dejaron al personal con la boca abierta. Pero nada como el número final, «Wild Thing», que concluyó con el sagrado ritual de la quema de su guitarra eléctrica para concluir la ceremonia arrojando a los presentes los restos del sacrificio. Historia de la música.
El público, juez y parte
Todo contribuyó a ofrecer un programa coral en el que el público era también parte del espectáculo. Así se constata en las filmaciones de Pennebaker, quien encontró en la audiencia excelentes detalles de lo que era la nueva generación de la vieja América, jóvenes con las puertas de la percepción completamente abiertas y con el idealismo como filosofía vital. Aquellos fueron buenos días, pero seguramente los últimos de una era marcada por la esperanza y cierta inocencia. Un año después llegaría el Festival de Woodstock y ya nada sería igual. Aunque también contaría con una buena dosis de música, el resto no tuvo nada que ver con Monterey. Woodstock nació con afán de lucro, la audiencia ya estaba suficientemente maleada y la organización se encargó de demostrar que Estados Unidos podía ser caótico a poco que se lo propusiera. Poco después, América entraría en la «Depresión Post-Woodstock», el amargo despertar, la resaca duradera. Fue el comienzo de una nueva era marcada por el pragmatismo ideológico, la asunción de la derrota y el final de los idealismos. En Monterey había finalizado un sueño y nadie se había enterado.
A pesar de lo que sugería el cartel final, el festival nació con vocación mastodóntica y sus organizadores quisieron contar inicialmente con los nombres más importantes de la música popular. Los más grandes del momento eran sin duda The Beatles, pero estos se habían retirado de las giras y ni mucho menos estaban por la labor de actuar en un festival de dimensiones masivas. También estaban en cartera los Rolling Stones, pero se les denegó el visado por un incidente de Jagger y Richards con las autoridades británicas por un asuntillo relacionado con drogas. Además, The Beach Boys cancelaron su actuación a última hora, para su lamento posterior, por causas no demasiado claras. Unos dicen que fue por el rechazo del grupo a actuar ante una masa enorme, aunque lo más probable es que ninguno de los miembros tuviera demasiadas ganas de juntarse con Brian Wilson otra vez tras la odisea que fue grabar «Smile». También fue otra gran oportunidad perdida para Cream, el supergrupo de Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker. A sus representantes no les pareció el lugar más oportuno para presentar a la banda británica en Estados Unidos. En este sentido, Hendrix no perdió la oportunidad de pasarlos por la derecha. Y otro de los grandes ausentes fue Bob Dylan, retirado de la vida pública desde su accidente de moto de 1966.