Sergio Pitol, más allá del realismo mágico
El escritor mexicano, uno de los mejores narradores contemporáneos y Premio Cervantes, falleció a los 85 años en la localidad de Xalapa.
El escritor mexicano, uno de los mejores narradores contemporáneos y Premio Cervantes, falleció a los 85 años en la localidad de Xalapa.
Como se ha comprobado sobradamente, en la literatura hispanoamericana moderna hay vida más allá del emblemático «realismo mágico». De hecho, ya antes de su eclosión en los pasados años sesenta, encontramos una espléndida generación intelectual en el México del medio siglo, en torno a la «Revista mexicana de literatura», e integrada por escritores tan señeros como Salvador Elizondo, Juan Vicente Melo, Jorge Ibargüengoitia, el español exiliado Tomás Segovia, Huberto Batis, Juan García Ponce y Sergio Pitol (Puebla, 1933-Xalapa, 2018), que acaba de dejarnos, aunque nos queda su original literatura, una inteligente revisión simbólica del realismo clásico, plagada de referencias oníricas, evocaciones viajeras, metafóricos relatos, y visionarias atmósferas. Viajero incansable, cinéfilo empedernido, obsesivo lector, conversador ocurrente, nos queda también el recuerdo de su proverbial afabilidad, cosmopolita cultura, sólido rigor crítico y generosa actitud ética. Su lograda intención de elevar el cuento moderno –tras los pasos de Guy de Maupassant y Anton Chejov– a la categoría de pieza literaria autónoma, con un particular lenguaje estilístico y una definida estructura propia, marca la identidad estética de quien puede ser considerado como uno de los mejores narradores contemporáneos. De sus primeros libros de relatos –«No hay tal lugar» (1967) o «Infierno de todos» (1971)– señalará: «Son el resultado de un ejercicio de limpieza, una vía de escape de ese mundo asfixiado, enfermo, con tufo a lugares cerrados, oscuros y aislados». Formado en la lectura voraz y solitaria del huérfano prematuro, tempranamente acompañado de la gran novela europea decimónica, Dickens, Stendhal, Flaubert, Galdós o Tolstoi serían los modelos con los que se adentraría en una deslumbrante configuración de la mímesis aristotélica y el reflejo fidedigno de la realidad. Algunos años después se cruzaría con otra decisiva influencia: William Faulkner cuestionando el orden lógico de los episodios narrativos y las conductas convencionales de los protagonistas novelescos; sin olvidar la impronta del grupo de los Contemporáneos, la poesía de la generación del 27, o la literatura clásica española.
Guerra de sexos
De entre su extensa obra destaca «Tríptico de carnaval», trilogía formada por las novelas «El desfile del amor» (1984), «Domar a la divina garza» (1989) y «La vida conyugal» (1991), un conjunto narrativo que aborda la sentimentalidad contemporánea bajo un formato paródico, turbulento y entrañable a la vez, con una jocosa y al tiempo tierna visión de la consabida guerra de sexos; humorísticas situaciones, desarraigados personajes e insólitos conflictos jalonan un cuerpo narrativo con incursiones en la meditación ensayística y la reflexión costumbrista.
Como memorialista Pitol es insuperable en su concepción del autorretrato moral, que dibuja matizados perfiles y evoca señeras experiencias; en «El arte de la fuga» (1996), leemos: «Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas». A propósito de amistades, coincidió en múltiples afinidades y cultivados afectos con Enrique Vila-Matas; y no es de extrañar, porque ambos participan de una literatura de la heterodoxa mixtificación creativa, la extravagante ficción distorsionada, y el impostado imaginario de lo inverosímil; al tiempo que una confesada admiración por Kafka les vincula a la narrativa del absurdo existencial y la desconcertante realidad.