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Réquiem de Mastropiero por Rabinovich

El cómico argentino, uno de los fundadores y puntales del quinteto Les Luthiers, falleció ayer a los 71 años. Deja cinco décadas del mejor humor musical y miles de fans
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Daniel Abraham Rabinovich Aratuz, un cómico argentino –y español desde 2012– que bien podría haberse llamado Cleese –o Cleese haberse llamado Rabinovich, acaso– y haber nacido en la mejor tradición inglesa del humor, nos dejaba ayer, a los 71 años, víctima de un corazón que ya le llevaba años dando avisos. Con la muerte de Rabinovich, miles de fans lloraban ayer en el mundo hispanohablante la desaparición de uno de los pilares del que acaso sea el grupo cómico más internacional que ha dado Argentina, Les Luthiers. Hay momentos en que el papel y la palabra fallan para describir lo que los oídos y la vista perciben. Rabinovich explotaba con su sonrisa simplona y sus gestos de asombro el personaje que se había creado, el más iletrado y burdo del grupo. Para disfrutar de su talento hay que verlo (parte de sus espectáculos están en youtube, y para disfrutarlos a fondo el grupo vende los DVDs), pero valga una pequeña transcripción para tratar de aproximarnos al talento de Rabinovich, que se especializó en juegos verbales, tanto en solitario como junto a Marcos Mundstock, con el que formaba la pareja más teatral del quinteto cómico-musical, además de tocar diversos instrumentos y cantar, como todos los demás.

El «torpe» del grupo

En uno de sus monólogos más célebres, Rabinovich salía a escena a leer en solitario un texto sobre el compositor Mastropiero, la creación más icónica –en su caso, «icómica»– del grupo. Rabinovich lee con una torpe entonación e interpretación de las frases, confundiendo palabras, sentidos y unidades léxicas, y va corrigiendo lo leído sobre la marcha ante las carcajadas del público: «La siguiente obra del siguiente recital ilustra un periodo poco conocido de Johan Sebastian Mastropiero. Todo empezó cuando un conocido crítico se resfrió... Se refirió... se refirió a Mastropiero. Con esto, termino... ¡Con estos términos! ¡Con estos términos, términos! Le falta el..., no le han puesto..., arriba de la ‘‘t’’... Le falta la diéresis. Es un error de lipotimia. Mastropiero se ha criado fama de artista espiritual pero come todo. Pero come de todo... Pero con métodos. Con métodos pocos, claro. Claros. Con métodos poco claros. Podríamos llegar a admirarlo siempre. ¿Cuándo tomaremos? Siempre y cuando tomáramos en cuenta su tenaza. ¡Su tenaz ambición! Dos palabras: tenaza, mbición. En los más prestigiriosos foros internacionales. En los más petigiriosos, pretigriosos, en los más pretrigi, pestigri... En los más famosos foros internacionales en que estuve excitado... En que estuve he citado, muchas veces ¿eh?... Muchas veces he citado el fracaso de su operación... El fracaso de su ópera ‘‘Sión y el judío era antes’’... ‘‘Sión y el judío errante’’, que se basaba en una vieja leyendo ebria... ¡Una vieja leyenda hebrea! –¡Me di cuenta enseguida! ¡No podía ser!–. Siempre dije: ¡Qué dicha!... Que dicha ópera no describe con acierto los sexos, dos... los dos sexos... los éxodos de dicho pueblo. Y por eso Mastropiero soportó ¿ha batido un huevo?... Soportó abatido un nuevo fracaso. (...)». Y así sigue y sigue durante varios minutos hasta una traca de palabras atropelladas al final, un «eso es todo» con el que concluye.
Sus monólogos y «biólogos» con Mundstock como psiquiatra y paciente, como contertulios de la radio o como viejos amigos que se encuentran generaban vueltas de tuerca surrealistas al lenguaje. «¡Yo siempre digo que la vida es hermosa, merece ser vivida. En cambio la muerte merece ser morida!», decía en el espectáculo «Bromato de Armonio» (1998) su personaje de «cateto» en una suerte de confirmación pitagórica de un teorema que hoy quizá le habría divertido a él mismo. Cuando en «La comisión» dos políticos corruptos, prohombres afiliados a un partido, charlan sobre el encargo de rehacer el himno nacional, Mundstock le dice: «Por supuesto, tiene que tratarse de un músico sensible al gusto de las mayorías». Rabinovich contesta: «Claro que sí, tiene que ser un compositor de éxito, un músico de calidad». Mundstock retoma la palabra con cierta dejadez: «Sí... una de dos». En fin, a sus muchos seguidores no les estaré contando nada nuevo: el humor de Les Luthiers se ha salido de la norma para encontrar una expresión única y propia, cultivada en temas con «apellido» como la «canción con mimos» «Quien conociera a María...»; los inolvidables «salmos sectarios» «El sendero de Warren Sánchez»; el «bolérolo» «Perdónala»; otro bolero, «Ya no te amo Raúl», que jugaba con los géneros; «La vida es hermosa», un «sketch» catalogado como «disuacidio» por el grupo en el que Rabinovich interpretaba al incompetente encargado de un número de atención a potenciales suicidas... Y cientos de piezas más que mezclaban música, instrumentos alocados –que ellos, como buenos luthiers, diseñaban– y letras ingeniosas.
Nacido en Buenos Aires en noviembre de 1943, Rabinovich tenía ascendentes moldavos. De niño estudió violín, y a los 14 años empezó con la guitarra. Tras formar algún grupo juvenil, ingresó en la Facultad de Derecho y entró en el coro de Ingeniería, donde conoció a Gerardo Masana y los demás fundadores de Les Luthiers, con quienes primero creó I Musicisti en 1965. Dos años después, cuatro de ellos abandonaron aquella primera formación para fundar Les Luthiers. El resto es historia.
¿Será reemplazable? Para muchos, Les Luthiers era un combo de varios apellidos imprescindibles. Pero la compañía ya se sobrepuso en 1973 al temprano fallecimiento de otro de sus fundadores, Masana, al que, estando ya enfermo, sustituyeron en 1969 por Carlos Núñez Cortés, quien años después ya es parte también para muchos del quinteto como si hubiera estado desde el principio.

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