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El capitán trueno pierde a su escudero

Víctor Mora falleció a los 85 años. Él creó a algunos de los personajes más emblemáticos del cómic español, como fueron el Jabato y el Corsario de Hierro, entre otros.
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Víctor Mora falleció a los 85 años. Él creó a algunos de los personajes más emblemáticos del cómic español, como fueron el Jabato y el Corsario de Hierro, entre otros.
Víctor Mora encerró la vida en una viñeta ante la imposibilidad de vivirla. Había nacido en 1931, apenas dos meses después de la proclamación de la II República en España, pero su adolescencia y juventud transcurrieron en ese claustro grisáceo de la posguerra, con sus miserias, restricciones y privaciones. Un hombre es su imaginación y cuando la realidad le niega a uno un horizonte amplio donde desplegar las diversas vitalidades y ensueños que trae consigo, lo único que le queda es el trascoro particular de la fantasía. Víctor Mora, que falleció ayer por la mañana, sumiendo en el duelo a los miles de seguidores que tenía el Capitán Trueno, su personaje más emblemático, encontró en las páginas de los cómics y en la novela la salida a las historias que se le hacinaban en los estantes de la imaginación.
Es probable que entonces no percibiera que ese universo particular de aventuras y héroes estaba predestinado a convertirse en un mito. «Es de esos autores que están asociados a una obra concreta, como Harold Foster está vinculado con el Príncipe Valiente o Alex Raymond, con Flash Gordon; él está unido a una figua que es un icono, un clásico que, si pervive, es porque él sabía bien cómo había que convertirlo en un clásico», explica Carles Santa-maría, directo del Salón del Cómic de Barcelona.
Su personaje nace en 1956 como fruto de su colaboración con el dibujante Miguel Ambrosio Zaragoza, más conocido en el mundo de la viñeta por su sobrenombre, «Ambrós». Su creación conjunta estará influida desde el comienzo por la difusión que tuvieron en ese momento las películas ambientadas en la época medieval (algunas de ellas adaptaciones de célebres novelas que triunfaron en el siglo XIX, como «Ivanhoe», de Walter Scott)y, por supuesto, de algunos antecedentes existentes y que ya habían triunfado, como fue, por supuesto, «El guerrero del antifaz», que creó Manuel Gago García en 1943, y que se convertiría en la serie más influyente de ese periodo y en una de las más longevas del cómic español.
Con este precedente y en un ambiente impregnado por el espíritu de la aventura y el riesgo (que paradójicamente contrastaba con el tedio de unas vidas rutinarias, encerradas en las coordenadas de una larga dictadura), Mora recurrió a la historia para encontrar el marco para el que sería su personaje fetiche y por el que se le recordará siempre. Lo encontró justamente en la Edad Media, en concreto en la convulsa época de la tercera cruzada, un siglo de culturas guerras y culturas entremezcladas en Oriente. Esto podría hacer pensar que las andanzas y hazañas que describiría en sus cómics estarían empañadas por las soflamas y el espíritu del régimen que se había impuesto en el país, pero Víctor Mora, igual que su Capitán Trueno, se reveló como un luchador nato que se negaba a pasar por el aro de la capitulación y la resignación y, desde sus guiones, forjó el espíritu de un carácter fuerte, muy diferente a lo que existía, que desafiaba los tabús del franquismo. Así, el Capitán Trueno difiere bastante de otros personajes que existían con antelación a su aparición en los quioscos, donde arrasó como demuestran los 350.000 ejemplares que vendió. Pero lo que otorgaba un plus de originalidad a este luchador es que carecía de esa visión maniqueísta que dividía el mundo en dos mitades, entre buenos y malos. Para él no importaba cuál era la cultura que aparecía en su narración: en todas había hombres honestos, como también los había malvados, sin tener en cuenta en qué país discurriera la acción o si se desenvolvía o no entre musulmanes –antes de su publicación siempre se intentaba dar una imagen distinta de los creyentes de esta religión, más en la línea de lo que se leía en la falsa leyenda de la reconquista–. Por supuesto, cuando le toca el turno a España, también aquí había, entre los cristianos, personas de buena fe y de mala.

Libertades

El alma que infunde a su emblemático espadachín está empañado de humanidad y de respeto por otras civilizaciones. De hecho, estas pruebas de respeto, junto a otros detalles que incluyó, le trajeron problemas con los censores en su momento. «Mora no es sólo un nombre importante para él cómic y la cultura españolas, también fue una persona comprometida con lo que sucedía a nuestro alrededor, comprometida en su lucha contra la dictadura y que colaboraba para que llegaran las libertades democráticas», dice Santamaría. Uno de los capítulos más duros de su biografía sucedió a mediados de los cincuenta, cuando fue encarcelado por la Policía acusado de comunista y de masón. Mora acabó exiliándose a Francia tras su liberación, donde siempre ha sido reconocido. Su vuelta al cómic estaría señalada por retomar al Capitán Trueno pero, también, por forjar otros dos dibujos emblemáticos: «Jabato» y «El corsario de hierro», que gozaron de mucho éxito.