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Muere Oliver Sacks, el neurólogo curioso

Conocedor como nadie de la mente humana, falleció ayer tras meses de lucha contra un cáncer terminal. Eso sí, su obra no se quedará en la medicina, su campo de análisis fue mucho más allá: arte, música, pintura y otras disciplinas le demostraron que vivir era una aventura
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  • Diego Gándara

    Diego Gándara

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Conocedor como nadie de la mente humana, falleció ayer tras meses de lucha contra un cáncer terminal
Un hombre que se queda detenido en el tiempo; una chica que pierde, sin motivo aparente, la percepción de su cuerpo; un señor que siente que su pierna no es suya; una mujer de setenta años que cree que sus manos ya no sirven para nada; una señora que sólo se maquilla el costado izquierdo de la cara porque ha perdido la noción de lo que es «la izquierda»; una anciana, a punto de llegar a los noventa, que se descubre atraída por hombres jóvenes; un hombre, que podría ser cualquier hombre, que confundió a su mujer con un sombrero...
Las historias clínicas de Oliver Sacks, el escritor y neurólogo británico que murió ayer en su casa de Nueva York a los 82 años como consecuencia de un cáncer, tal vez no figuren, el día de mañana, en los anales de la medicina, pero, seguramente, encontrarán su sitio entre lo mejor que se ha escrito en su campo, en materia de «anécdotas clínicas» (tal como llamaba Sacks a sus textos) debido a que, en ellas, el autor no sólo demostraba un interés literario, que se traducía en una narración perfecta, sino que, además, dotaba a sus pacientes y protagonistasde cierto aire heroico: el de saber que podían adaptarse a una situación adversa a pesar de que todas las condiciones jueguen en contra.
Nacido en Londres en 1933, Sacks se crió en un ambiente de médicos. Sus padres, quienes alimentaron su curiosidad y los deseos de saber sobre el extraño mundo que le rodeaba, lo eran. Pero, a los seis años, el mundo que le rodeaba se derrumbó de pronto: con el estallido de Segunda Guerra Mundial fue enviado junto a Michael, uno de sus hermanos, a un internado en el campo, un internado que recordará como «un infierno de hambre y penurias regido por un sádico director que torturaba a sus alumnos» y de donde Michael volvió sumido en la locura. Sacks, por suerte, encontró refugio en su tío Dave, el «tío Tungsteno», dueño de una fábrica de bombillas eléctricas hechas de manera artesanal, que lo introdujo en el mundo de la ciencia.
Graduado como médico, a mediados de los años sesenta Sacks se trasladó a Nueva York, donde se decidió por la neurología. Sus primeros trabajos fueron en el Hospital Beth Abraham, en el Bronx, donde conoció a unos pacientes incapaces de moverse por su propia cuenta durante décadas, lo que lo llevó a escribir su primer libro, «Despertares» (convertido años más tarde en el filme del mismo nombre protagonizado por Robin Williams y Robert De Niro) y a exponer, con un estilo rico en detalles y con cierta dosis de optimismo, otros casos, especialmente aquellos que tuvieran que ver con enfermedades relacionadas con la percepción, la memoria la identidad.
Así siguieron libros como «Migraña», «Con una sola pierna» (donde el paciente es él mismo, que sufrió un accidente mientras esquiaba) y «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero», donde relata veinte casos de pacientes que perdieron su capacidad de percepción y el que da título al libro: el caso del doctor que no era capaz de reconocer los objetos, a menos de que lograra identificar algún rasgo o alguna característica distintiva, y podía confundir a su mujer con un sombrero.
- «Viaje» a Marte
Tras el éxito de este libro llegó de inmediato «Un antropólogo en Marte», donde Sacks presenta siete casos que son una auténtica reflexión sobre la esencia de la identidad y el conocimiento: un pintor que tras un accidente de coche deja de ver el color, un cirujano cuyos continuos tics y convulsiones sólo remiten cuando opera o pilota su aeroplano, un hombre que tras toda una vida de ceguera recupera la vista sólo para darse cuenta de que no sabe ver, una profesora autista capaz tan sólo de tratar y comprender a los animales.
Sacks, que realmente se sentía como un antropólogo en Marte, no sólo se dedicó a explorar la mente. En los años noventa viajó a dos islas del Pacífico Sur a investigar el caso de unas poblaciones que sólo ven en blanco y negro y un extraño caso de parálisis neurodegenerativa endémica. El resultado fue «La isla de los ciegos al color», un libro que abre un inmenso campo de reflexiones sobre la evolución de los seres humanos y que se parece a los grandes relatos de los viajeros de los siglos XVII y XVIII.
Dueño de una prosa muy personal (Sacks consideraba que su estilo literario surgía de una tradición clínica que provenía del siglo XIX), lo cierto es que la pasión de este enorme escritor no se detuvo exclusivamente en la neurología, pues su campo de análisis incluyó también el arte, la música, la pintura y otras disciplinas en las que descubrió que vivir no era una enfermedad, sino una llamada al misterio, a la aventura.

10.000 cartas al año

La admiración que levantaba este científico llegaba más allá de lo normal. Como recogió «The New York Times» en su obituario, Oliver Sacks recibía alrededor de 10.000 cartas al año. Una cifra que le hacía imposible responder a todas, por lo que el londinense se impuso una norma: contestar a los menos de diez años, a los mayores de noventa y aquellos que estaban en la cárcel. Ahora, toda esa correspondencia que seguramente buscaba aclarar dudas se queda huérfana. No habrá más remedio que acudir a los buscadores.

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