Mujeres marcadas por el horror del gulag
Zgustova presenta el testimonio de nueve de las que superaron los campos de concentración soviéticos en «Vestidas para un baile en la nieve».
Zgustova presenta el testimonio de nueve de las que superaron los campos de concentración soviéticos en «Vestidas para un baile en la nieve».
Cuando Monika Zgustova fue a Moscú «de turista», dice, no se imaginaba que el viaje iba a terminar más tarde de lo que esperaba. Un amigo le ofreció ir a una reunión de ex presos de gulags, aceptó y allí se le iba a abrir un nuevo hilo del que tirar. La mayoría de supervivientes eran mujeres, «porque los hombres ya habían muerto», apunta. Fue entonces cuando la vena periodística praguense –afincada en Barcelona– tomó parte para intentar entrevistar a alguna. Quedó con dos de ellas, que, a su vez, le llevaron a otras.Encadenó historias, vidas, penurias... Continuó el viaje de Moscú a París y Londres. Pero ya en Rusia encontró algo especial que unificaba los relatos: «Vivían en una periferia horrible. Barrios sucios y descuidados, pero las casas de estas señoras eran muy diferentes. Abrían la puerta y todo eran libros, música clásica y buenas vibraciones». Y zanja: «Fue la cultura la que les mantuvo vivas». Era el extremo opuesto al gulag y a sus consecuencias y por eso buscaron cultivarse «como fuera. Era lo que les daba fuerzas. Después, todas se montaron su oasis particular de cultura y paz dentro de sus hogares», cuenta la autora. Así, Pasternak, Tolstoi, Mendelson, Wagner, etc., son algunos de los nombres que las envolvieron. Hasta cuatro veces seguidas se leían «Guerra y paz» si era necesario. No tenían otra cosa que les abstrajera dentro de la enfermería.
Fueron asentando así las bases de «Vestidas para un baile en la nieve» (Galaxia Gutenberg), donde Zgustova, al estilo de Aleksievich, recoge dentro de un ensayo a nueve supervivientes de los campos de concentración soviéticos. Cinco fueron los años que pasó en cautiverio la que tuvo más «suerte». Las amnistías tras la muerte de Stalin las hizo mantenerse con vida, pero, aun así, «nunca se han rehabilitado del todo. Todas están marcadas de alguna manera».
–Pero las hay que reconocen que su vida estaría «incompleta» sin esta experiencia.
–No todas, pero muchas dicen que si tuvieran otra vida volverían al gulag. Allí formaron una escala de valores que de otra forma no hubieran conocido. Comprobaron la verdadera amistad, aprendieron a ser útiles y a no perder el tiempo.
–¿Qué es perder el tiempo?
–No entienden las posturas superficiales. Nuestros pequeños placeres, como tomarte un café o ir a un club de jazz, los rechazan. Después del gulag tienen la sensación de haber malgastado sus vidas.
Sensación que les ha marcado de por vida y llevado a «optar por hacer cosas muy importante en sus vida siempre que fuera posible. De disidentes a científicas, pasando por estudiantes, por supuesto», explica Zgustova. Fue la manera que encontraron ellas para «tirar hacia delante». Aunque sin olvidar ni perdonar a un sistema soviético «criminal», así lo denominan, que, entre otras, las convirtió en esclavas sexuales –«el tema del que más les cuesta hablar», puntualiza–. «Ni a los políticos y por eso se han vuelto disidentes. Como tampoco disculpan a Putin lo que está pasando en la Rusia de hoy. Le culpan de ser una línea continuista y lo ven como un malhechor», dice la periodista y escritora.
–¿Sigue hoy el modelo del gulag?
–No son tan duros ni se llaman así, pero existen. Lo sabemos, entre otros, por las chicas de Pussy Riot, que estuvieron encerradas en campos de trabajos forzados.
Colectivo con el que simpatizan las protagonistas de «Vestidas para un baile en la nieve». Reconocen que no es lo suyo eso de protestar con la música punk por bandera, pero que es la «manera de expresarse de la juventud de hoy. Cualquier forma es buena para llamar la atención sobre lo que está pasando en Rusia. No es una verdadera democracia», comenta Zgustova sobre la postura de las disidentes.