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Museo Thyssen en loor de multitudes

La pinacoteca conmemora sus primeros 25 años con una multitudinaria celebración que reunió a más de 300 representantes del mundo de la política y la cultura.
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La pinacoteca conmemora sus primeros 25 años con una multitudinaria celebración que reunió a más de 300 representantes del mundo de la política y la cultura.
Eran todos los que estaban, aunque algunas ausencias hubo, pero la apabullante presencia de invitados que se sucedieron en la alfombra roja, más de 300, hizo olvidar que algún ex ministro no pudo descongestionar su apretadísima agenda parisina (José Ignacio Wert) para estar presente en el día más grande del Museo Thyssen-Bornemisza (con permiso del de su inauguración). Le puede pasar a cualquiera. Guillermo Solana, director artístico de la pinacoteca desde 2005, resume con una frase sus años al frente: «Llevar el museo a todo el público». Ni menos ni más. Fueron arribando los ex ministros de Cultura, que han sido unos cuantos. YLuis Alberto de Cuenca, el hijo de la baronesa, Borja Thyssen, acompañado de su esposa Blanca Cuesta, Carlos Zurita y el marqués de Griñón. Y la Infanta Pilar de Borbón, hermana de Rey emérito. Tomás Llorens, primer director del Museo, fue otra de las presencias más esperadas (es director honorario). Miguel Falomir, responsable del Museo del Prado, que andaba ayer también de celebraciones, quiso estar en el Palacio de Villahermosa lo mismo que dos de las galeristas más veteranas y queridas, Soledad Lorenzo y Juana de Aizpuru.
Sillas en el hall
Se hicieron esperar el Nobel Vargas Llosa, que llegó acompañado de Isabel Preysler, muy elegante con un conjunto de pantalón en tono oscuro con escote barco y manga tres cuartos y un bolso de mano en rojo brillante. Impresionante. No había fotógrafos suficientes para disparar en la alfombra roja. Ayer no le tocó a Solana (Guillermo, no Javier, hacemos la precisión) hablar en público. Lucía una tarde que fue refrescando a medida que el día avanzaba y se acercó, ya era hora y tiempo, más a un otoño en el que no cae gota y que enfila sin remisión el Día de Todos los Santos.
El hall de entrada había mudado de piel y se había cubierto con sillas para que todos los invitados pudieran ver el documental que resumía en unos minutos la historia del museo y que presentó Ana García Siñeriz. Una vida breve aún, pero intensa. Cómo hemos cambiado unos y otras. Ya no se viste igual que en el 92 ni los peinados son los mismos. Aplausos tras acabar la proyección y discursos, que era día para ello. Tomó la palabra en primer lugar Javier Solana, ministro de Cultura entre 1982 y 1988, el año en que se sucribió el protocolo de intenciones entre el baron Thyssen y el Gobierno español. «Querida Carmen, esta colección no estaría sin ti aquí ahora», arrancó dirigiéndose a baronesa, para asegurar acto seguido que la razón de ser del museo tiene que ver «con la colaboración entre lo público y lo privado». Villahermosa, recordó, fue el sitio donde tenía que estar la colección y echó la vista atrás para traer al hoy a Jordi Solé Tura, tan importante en aquellos años. Lo mismo que el abogado Rodrigo Uría.
Después se entregaron placas a los hijos del barón. Una de las imágenes de la noche. Las recogieron Francesca de Habsburgo (cuya tormentosa relación con Carmen Cervera parece haber amainado), Borja Thyssen y Eleonor, hija de Francesca y por tanto nieta del barón. Fue su madre quien tomó la palabra y en un discurso muy sentido cedió el testigo o la antorcha, como ustedes quieran, a las generaciones venideras «para mantener el futuro del museo».
Pura emoción
Llegaron después más placas, a Tomás Llorens, Miguel Satrústegui, a Doña Pilar de Borbón y a Carmen Thyssen, que la recogió en nombre de su esposo. Unas palabras esperadas las de la baronesa, que siempre es foco de atención. Vestía un traje pantalón blanco con altísimos tacones y llevaba el pelo recogido en una coleta baja: «El Thyssen es la oportunidad de que todos puedan disfrutar de las obras coleccionadas por tres generaciones. Veinticinco años es poco tiempo en la historia de un museo pero mucho en éste por el que han pasado ya 19 millones de visitantes». Agradeció a las distintas instituciones, y a la Familia Real sus desvelos, no se olvidó del Duque de Badajoz. Y ahí la baronesa se quebró. Que es humana y los ojos se le llenaron de lágrimas. Tomó aliento y retomó el discurso: «Ha sido y es una gran satisfacción ver crecer el museo y verlo convertirse en un referente». Y es que desde el 8 de octubre de 1992, fecha en que se inauguró el Palacio de Villahermosa como sede de la colección artística –con las obras prestadas temporalmente para ser expuestas y meses después, el 18 de junio de 1993, con la aprobación de la compra de la colección por más de 44.000 millones de pesetas, 715 obras para la sede de Madrid y 60 para el monasterio de Pedralbes– ha llovido bastante. El baron Heinrich Thyssen ya no está ni tampoco el duque de Badajoz, uno de los grandes artífices de la negociación y las dos ausencias más sentidas en la celebración de ayer.
Carmen Thyssen sabía que su esposo hubiera disfrutado enormemente de la celebración. Dos décadas y un lustro en los que se han sucedido ministros y carteras, en los que ha habido tanto encuentros como desencuentros y en los que hasta el museo ha ganado el gozoso apellido de Nacional (fue el pasado 24 de septiembre merced a un cambio en los estatutos). Veinticinco años en los que la colección del barón Thyssen, propiedad del Estado, se ha convertido en un reclamo de primer orden y en los que la baronesa ha amagado una y otra vez con llevarse la suya, que es propiedad privada, de ella, fuera de España. Y que hasta el próximo 31 de diciembre nos tiene en vilo de nuevo, aunque los vientos que soplan parecen bastante favorables. Hemos visto fotografías inolvidables, fiestas e inauguraciones llenas de anécdotas, imágenes como la del encadenamiento a los árboles del Paseo del Prado por parte de la baronesa que dieron la vuelta al mundo y un proyecto, el que firmaba el portugués Alvaro Siza, de peatonalización del eje Prado-Recoletos que quedó varado. Soraya Sáenz de Santamaría, que presidió el acto, habló en último lugar y dijo que «venir al Museo Thyssen es hacer un viaje. No ha sido sencillo. Ha requeruido mucho trabajo y dedicación. Si el Prado es un espejo en busca de otro espejo, como decía Alberti, lo ha encontrado. Que el nombre del Thyssen-Bornemisza sea sinónimo del mejor arte y de la mejor cultura», deseó. Mucha emoción en estos primeros 25 años del Museo Thyssen. Vendrán más. Seguro.