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Adiós a Claudio Prieto

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Claudio Prieto falleció el pasado domingo sin que la noticia llegase no ya a las portadas de los diarios sino incluso a difundirse con la amplitud y, sobre todo, personalización que requería, tal y como sí se ha hecho con otros de nuestros compositores fallecidos. En parte tiene su lógica pues Claudio vivió un poco al margen del núcleo duro que maneja los hilos mediáticos de nuestra música a pesar de haber formado parte del Consejo de Dirección de la SGAE y haber sido uno de los fundadores de la Asociación de Compositores Sinfónicos Españoles en 1976.
Nacido en 1934 en Muñeca de la Puebla, Palencia, empezó en música como instrumentista en la banda municipal de Guardo para enseguida comenzar a formarse en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Completó ésta en el Conservatorio madrileño y luego en la Academia Santa Cecilia romana y Darmstadt, recibiendo las influencias de Petrassi, Maderna, Ligeti o Stockhausen, pero creando luego su propio lenguaje. Se calificó éste de «posvanguardismo» pero más bien se trataba de una evolución del «neoclasicismo». Ese lenguaje personal se detectó ya en 1969 cuando Juventudes Musicales premió su «Sólo a sólo». Amigo de Rafael Frühbeck le dedicó su tercera sinfonía titulándola «Frühbeck Symphonie». En ella puede percibirse la cierta ampulosidad de la que gustaba en busca de una trascendencia no siempre alcanzada. Pocos reparos pueden objetarse a sus capacidades como orquestador, bien patentes en el «Fandango de Soler», partitura que fue seleccionada para la XX temporada de conciertos de la Unión Europea de Radiodifusión y que ha circulado no sólo por todas nuestras salas de conciertos sino que llegó a la Sinfónica de Chicago en 1986 de la mano de Jesús López Cobos. Su hija Laura es quien mejor le retrató en sus «Conversaciones con Claudio Prieto».
En cierto modo fue precursor de una tendencia que seguirían otros de nuestros compositores al buscar una mayor relevancia del papel de los instrumentistas, aquél de sus propios inicios, escribiendo numerosas partituras dedicadas al violín, el chelo, el corno inglés, la trompeta o el saxofón. «Peñas arriba», un adagio para gran orquesta, es otra de sus obras más significativas, así como la cuarta sinfonía dedicada a Martín y Soler.
Falleció sin poder asistir al concierto de la Orquesta de la RTVE, que difundió tantas de sus obras –«Nuevos Conceptos» (1973), «Cielo y Tierra» (2003), Concierto núm. 2 para violín y orquesta «Imaginante» (1983-84), «Fandango de Soler» (1984), «Nebulosa», (1972), «Sinfonía núm. I» (1975) o «Sinfonía núm. II»– en el que se tocó «Ensoñaciones». Cuando su estreno, en 1994, declaró «Soy de los que creen que conceptos como ilusión y esperanza deben presidir el pensamiento para continuar soñando nuestro futuro». Es decir, las esencias que siempre buscó.

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