Al piano y la batuta
Ciclo Scherzo. Obras de Mozart y Bartok. Piano: Mitsuko Uchida. Mahler Chamber Orchestra. Auditorio Nacional. Madrid, 19-III-2013.
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La crisis se hace notar en todo. El ciclo Scherzo ha recortado uno de sus conciertos, pero a cambio ha ofrecido el presente, en el que no sólo trae a una pianista sino que ésta viene con orquesta. Hace tan sólo un par de temporadas se veía el Auditorio Nacional completamente lleno en todas y cada una de las citas del ciclo, mientras que ahora se perciben algunos claros, incluso con programas y solistas de la talla de la hoy comentada.
De la Mahler Chamber Orchestra, fundada con el apoyo de Abbado, poco hay que decir, puesto que se trata de uno de los mejores y más entusiastas conjuntos del género, en donde por cierto tocan cuatro españoles (trompa, dos violas y contrabajo). Mitsuko Uchida (Tokio, 1948) lleva una larga y fecunda carrera –ha grabado todas las sonatas y concierto para piano de Mozart–, pero su nombre se hizo más popular cuando hace dos años Abbado la eligió para sustituir a Helene Grimaud en Lucerna, tras discutir con ésta.
La Mahler Chamber, soberbia
Toca muy bien Mozart, aunque pueda preferirse otro tipo de aproximación. El problema viene cuando, como es hoy frecuente, se quiere estar en misa y repicando. Es decir, ante el piano y dirigiendo la orquesta. Ella obviamente no lleva batuta, pero tampoco es capaz de conjuntar siempre piano y agrupación. Sus gestos resultan demasiado elocuentes, viéndose obligada a realizar silencios donde no los hay para poder pasar de las manos en el aire, como molinos de viento en huracán, al teclado. Esto se reflejó en interpretaciones por momentos bruscas y cortantes de los conciertos para piano y orquesta «nº 17 en sol mayor, KV 453» y «nº 25 en do mayor, KV 503», por más que mostrase gran delicadeza cuando tuvo tiempo para frasear sin tener que compatibilizar ambas funciones.
La Mahler Chamber en solitario completó el programa con «Divertimento para orquesta de cuerdas, SZ 113» de Bartok, obra que viene a ser una recreación personal del «concerto grosso» y que demuestra claramente en su «adagio» central, rodeado por dos poderosos «allegros», el genio del compositor húngaro. Soberbia interpretación.