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Apoteosis de la nostalgia

Crítica de Pop. Concierto de Paul McCartney.. Músicos: Paul McCartney (voz, guitarra, bajo y piano). Rusty Anderson (guitarras y coros); Brian Ray (guitarras, bajo y coros); Paul Wickens (guitarra, teclado y coros), Abe Laboriel Jr. (batería y coros). Lugar: Vicente Calderón. Madrid, 2 de junio.
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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Fue la apoteosis de la nostalgia, del llanto desconsolado y el moco tendido. Paul McCartney regresó a Madrid para abrir el libro de historia y darle a la masa lo que ésta quería, todo aquello por lo que había pagado decenas de euros. Nadie había avisado y por los vomitorios del estadio circularon regueros de lágrimas que amenazaron innundación. Menos mal que el Vicente Calderón es un estadio preparado para el llanto.
Sin concesiones. McCartney abrió con «A Hard Day’s Night», y para qué las prisas. Con excelente aspecto y ciertos problemas –casi lógicos– para llegar a las notas más altas, ya avisó desde el principio de que habría mucho Beatles. También en las pantallas de vídeo, profusas en imágenes del legendario cuarteto. Y también desde el inicio se comprobó que el sonido sería una pesadilla, una infamia. Pero cuando uno acude a un estadio a ver un concierto de rock, ya asume la estafa. Tan triste como eso.
McCartney permaneció ajeno a los rebotes de sonido y se concentró para entregar un «Let Me Roll It» fantástico, todavía en los albores del concierto. Igual que «I Got a Feeling», una de las piezas menos sobadas de los Beatles, pero también una de las mejores. Y eso es decir mucho.
Lo que sucede es que el personal se aburrió mayoritariamente con las canciones que no podía cantar porque no se sabía. Por ejemplo, con «My Valentine». Nada que ver esta nadería con la fabulosa «Nineteen Hundred and Eightyfive». Los pañuelos regresaron con «Here, There and Everywhere». No había hombros suficientes para descansar tanto pesar.
McCartney ya no puede cantar muchas canciones, simplemente por una cuestión física, o metafísica, pero es lo suficientemente profesional y listo para aliviarse o taparse detrás de su banda. Y, a qué negarlo, la audiencia tampoco le exige. Es tanto lo que le ha regalado a la música.
McCartney recuerda con devoción –a veces hasta exagerada– todos los decesos sufridos a su alrededor durante su larguísima carrera. Recuerda a Linda («Maybe I’m Amazed»), Lennon («Here Today»), George Harrison («Something») y a George Martin («Love Me Do»). De nuevo, otra apoteosis de la nostalgia. También de almíbar.
La noche transcurrió sin grandes sobresaltos, con una banda profesional y un McCartney esforzado y exhibiendo casi hasta el paroxismo su conocida empatía con la audiencia. Momentos para recuerdo fueron «You Won’t See Me», «Blackbird», «The Fool on the Hill» y «Back to the USSR». Compensaron otros momentos sombríos simplemente porque ya hay muchas canciones de Los Beatles que McCartney no puede cantar al no alcanzarle la voz. Las canciones del cuarteto de Liverpool fueron construidas con acordes difíciles de modificar para alcanzar un tono menor, como le convendría al actual McCartney. Pero es presa de su repertorio, el que quiere escuchar un público que se ha gastado muchos euros por recordar las canciones de una época, de una vida. Para qué escarbar en estas cosas que tanto molestan a los fanáticos. El Vicente Calderón fue una inmensa lágrima durante las tres horas que duró un «show» generoso en emociones y que acabó con la masa entregada. McCartney dejó para el final himnos como «Let It Be», «Live and Let Die», «Hey, Jude» y «Yesterday», hasta llegar a la traca final con «Birthday», «Golden Slumbers», «Carry That Weight» y «The End». Para entonces, la gente estaba extasiada y ya casi sin lágrimas por derramar. Fue la apoteosis de esa cosa tan rentable en estos tiempos que se llama nostalgia. Al tiempo, 50.000 personas podrán decir aquello de: «Yo estuve allí». Es lo que tiene ser una leyenda viviente, que ésta te regale todo lo que quieres escuchar.

Aquella noche en el estadio de la Peineta

Doce años hace que Paul McCartney no pisaba suelo español. Desde 2004, cuando ofreció su anterior concierto en el estadio madrileño de La Peineta ante 20.000 espectadores el artista no había regresado a España. Había hambre y ganas, muchas ganas de verle en directo y por eso el Vicente Calderón estaba lleno. Cuando salió al escenario con su traje azul eléctrico el público se volvió loco. Doce años después de aquel 2004.