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Bartoli se saca la espina

Obras de Steffani. Cecilia Bartoli, mezzosoprano y Orquesta de Cámara de Basel. Auditorio Nacional. Madrid, 13 de diciembre.
La Razón

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Enorme triunfo el nuevo de Cecilia Bartoli en el Auditorio Nacional, donde precisamente se produjo su debut madrileño en 1991 por obra y gracia de Antonio Moral, que es quien habitualmente nos la ha traído a la capital y lo ha vuelto a hacer ahora. Sala llena hasta los topes para un concierto de los que no pertenecen a los abonos tradicionales, lo que quiere decir que cuando algo interesa se vende y no hay iva que valga. Valga esto para quienes echan las culpas al empedrado.
Había cierto morbo, todo hay que decirlo, tras el incidente en la Scala, un abucheo bastante sonoro hasta el punto de que Barenboim tuvo que parar y hablar al público. Ella, que no tiene un pelo de tonta aunque tampoco lo tenga de lista en la foto de la portada del disco que recoge todo el repertorio cantado en esta ocasión, saldó el asunto con «a Callas y Caballé también las abuchearon. Es un honor que me lo hagan a mí». Las causas en la Scala fueron varias: de un lado una contra-reacción ante el exagerado fanatismo de pro de algunos fans, de otra algún que otro truco al abordar el rondó de «Cenerentola» y, desde luego, la reducida proyección de la voz en el gallinero. Todos sabemos que la voz de Bartoli no pasará a la historia por su caudal sino por otras virtudes que sin duda adornan a la mezzo. Por si acaso se producía en el Auditorio Nacional algún problema de este último tipo, Moral tuvo la precaución de sacarnos a todos los críticos de nuestros asientos habituales en primer anfiteatro y colocarnos en las primeras filas de butaca. Hombre precavido vale por dos.
Desde la fila 6 no pudo sonar mejor Bartoli, escuchándosele perfectamente todo con la ventaja de poder oír hasta los susurros más pianos en páginas como el «Ove son» de «Niobe, Regina di Tebe», una especie de lamento precursor del de la Condesa en las «Bodas». La mezzo romana ha encontrado un filón en este repertorio barroco en el que puede mostrar su espléndido arte para la coloratura y su gran capacidad de íntima comunicación en las páginas de agudo lirismo melódico. Toda una exhibición, muy bien puesta en escena, la competición entre voz y distintos instrumentos de viento y metal, muy especialmente con la trompeta –¡qué difíciles son siempre de tocar estos instrumentos originales!– en la página final de la primera parte de «Tassilone». En esta ocasión trajo un programa dedicado por completo a Agostino Steffani (1654-1728), autor del que ahora se empiezan a conocer sus óperas y lo acompañó con la virtud de sentarse en un sofá mientras la orquesta abordaba oberturas, evitando la discontinuidad que producen las salidas y entradas al escenario y favoreciendo que el ambiente se caldease cada vez más.
Se llevó al público de calle desde su vitoreada aparición con una pandereta hasta la despedida final tras varias propinas haendelianas. «¡Te queremos más aquí que en Milán!» y ella se reía al explicar lo que sucedía a la concertino de la Orquesta de Cámara de Basel, entregado conjunto con instrumentos originales.

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