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Brillantes superficies

Crítica de clásica / Temporada OCNE. Philip Glass: «The Light», «Concierto para dos pianos y orquesta», «Sinfonía nº 8». Piano: Katia y Marielle Labèque. Director: Dennis Russel Davies. Auditorio Nacional, Madrid. 8-4-2016.
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La música de Glass, como la de sus compañeros de promoción Reich o Riley, o la del más joven Adams, partió de presupuestos rítmicos y temáticos bastante simples, acogidos al concepto de minimalismo. El tiempo ha pasado y las propuestas constructivas se han ampliado. Las tres extensas composiciones ofrecidas en este monográfico, acogido a la ya tradicional serie Carta Blanca, que instauraran hace años Josep Pons y Ramón Puchades, nos lo demuestran. El mismo Glass –que no ha podido estar presente– nos dice que su arte consiste en «una música de estructuras repetitivas». El espectro sonoro emanado de los giros continuos, de las permanentes ondulaciones, de las superposiciones de acordes, de la refulgente tímbrica es muy atractivo, aunque también cansino. La falta de concisión y lo rutinario de algunos de los motivos nos sitúan a veces en un terreno vecino al de la banalidad. Las Labèque se lucieron garbosamente en el pulido «Concierto para dos pianos». Los teclados, en un discurrir poblado de acordes, se integran en la marea orquestal sin que se plantee ningún tipo de contraste, de dialéctica, de contraposición a lo largo de los tres movimientos, Rápido, Rápido, Lento. Hay frases pianísticas heredadas de Rachmaninov, de un lirismo fuera de tiempo. «The Light», una página sinfónica de 1987, que parte de una frase muy simple de siete notas, combinada con rápidas figuras de las maderas y, más adelante con una sonora fanfarria, emplea procedimientos de cierto sabor wagneriano. La «Sinfonía nº 8» (Glass tiene diez) maneja una enorme variedad de temas, algunos de un melodismo más bien facilón. Aires danzables y procesionales de diverso signo, contraposiciones dinámicas, «obbligati» de distintos instrumentos, sobre todo de la trompeta. Miríadas de efectos. El silencioso cierre, que se alarga hasta la saciedad, nos trajo a la memoria el rebuscado estatismo de un Gorecki. La Nacional, bajo el mando tranquilo y claro, sin alharacas ni excesos, de un conocedor como Russel Davies, que ha estrenado muchas de las obras de Glass, brilló con mil luces. Estupendas y clarificadoras, amenas y descriptivas las notas al programa de David Rodríguez Cerdán.