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Con Lemper, entre el cabaret y la ópera

Temporada de la OCNE. Obras de Strauss, Hindemith, Haydn y Weill. Ute Lemper, soprano, y Die Singphoniker, cuarteto vocal. Orquesta Nacional de España. Lawrence Foster, director. Auditorio Nacional. Madrid, 10 de marzo.
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Original y precioso programa en de la última semana de la ONE con una propuesta para viajar entre Viena y Berlín en diferentes épocas. De la primera un «Vals del emperador», concebido por Lawrence Foster más como marcha militar que como vals y la obertura de «La creación», dirigida con plena corrección. Curioso que fuese capaz de hacer sonar más nítidamente el caos que Haydn quiso dibujar en ésta que el mundo weberiano de las «Metamorfosis». Le faltó claridad, quizá por excesos volumétricos a la partitura que Hindemith compusiera tras huir de Alemania y asentarse con tranquilidad en Nueva York. La escribió en 1943, pensando en la brillantez de las orquestas americanas y eso justo es lo que precisa su ejecución. Los profesores de la ONE realizaron un buen trabajo, pero Foster no llegó a dotarlo de nitidez ni de todo el peculiar optimismo que encierra su música, un ballet con temas reelaborados a partir de los iniciales de Weber. Por cierto que el coreógrafo que estrenó la obra fue Balanchine, quien en 1933 lo hiciera con «Los siete pecados capitales» de Weill en París y en 1952, en Nueva York, con un ballet creado a partir de música de Hindemith. Del Berlín de Weill llegó su último trabajo con Brecht, un «ballet cantado» considerado como una ópera y que es más bien una cantata escénica. Era la primera vez en los atriles de la ONE y llevaba el reclamo de la participación del cuarteto vocal Die Singphoniker y Ute Lemper, artista muy identificada con el mundo del cabaret y que incluso ha llevado al disco la pieza de Weill. Ésta se puede abordar con mayor intimidad, en salas más reducidas, con orquestas menos nutridas y sin amplificaciones. Probablemente así le funcionarían mejor las cosas a Lemper que con un auditorio tan grande como el Nacional y la ayuda de micrófonos que enfrían el ambiente. No hubo frialdad en el público, sino auténtico entusiasmo, hasta el punto de reclamar dos bises. Y es que Lemper posee la voz justa para abordar las sordideces de estas canciones, los graves capaces de poner la carne de gallina y las dotes escénicas para no ya evocar sino recrear una época que todavía interesa al público de nuestros días. Cuando Lemper interpreta Weill nos queda justo la sensación que esa música ha de transmitir: la de un romanticismo que nunca cae en el sentimentalismo ya que siempre se rompe con agresividad y perdonamos algunos tics viciosos o la escasa belleza de la voz en las alturas del registro.