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David Bowie, medio siglo de música de otro planeta

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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El rey de las máscaras celebra sus primeros 50 años en eso del rock –y el glam, el pop, la psicodelia...– con un viaje para coleccionistas: el recopilatorio «Nothing Has Changed».
David Bowie nació para ser estrella. Niño prodigio, quienes le rodeaban no tardaron en advertir que el atractivo muchacho londinense sería alguien importante en la música. Pero David Robert Jones, su nombre de nacimiento, nunca se conformó con vivir de la música. Quería ser un grande. Y lo consiguió. Ahora se cumplen 50 años de una carrera singular, errática a veces, pero siempre en vanguardia. Una odisea casi espacial que invita a una reflexión sobre una obra inabarcable y llena de máscaras. «Nothing Has Changed» supone una generosa recopilación que acerca al neófito todos los disfraces que llevó en el fascinante carnaval de su existencia. Porque el presente siempre fue pasado para Bowie.
1. La odisea de Ziggy Stardust (1964-73)
Elvis es su primer héroe, como el de tantos otros. Los primeros recuerdos musicales de Bowie se centran en la era dorada del rock and roll, con Buddy Holly, Chuck Berry y Little Richard. Pero en ese Londres de los 60 en permanente ebullición asimila mil estilos. Del jazz al folk, del blues a la psicodelia, del pop al music-hall. Todo le gusta. «David Bowie», de 1967, es un trabajo interesante, un apunte de su talento sobrenatural que pasa inadvertido. Mucho más impactante es lo que siguió, «Space Oddity», de 1969, un viaje lunar que todavía hoy suena impresionante. «Tierra llamando al Mayor Tom», canta en una cardíaca cuenta atrás. Procedente de la Luna, un genio acaba de llegar a la ciudad.
En 1970 publica «The Man Who Sold the World» y arranca la que se podría definir como época «clásica» de Bowie. Conoce al sensacional Mick Ronson, arreglista y guitarrista singular, y al productor Toni Visconti. El disco, sin grandes éxitos aparentes, funciona como un reloj. Y esa voz... Lo siguiente es «Hunky Dory», de 1972, y su primera gran obra maestra. Música de cinco tenedores y varias canciones («Life on Mars», «Changes», «Queen Bitch») que todavía hoy son un sueño. Sin embargo, el álbum no es un éxito comercial: el mundo no está preparado para una música así. Insaciable en la búsqueda de la distinción, Bowie añade un giro en la tuerca de su cerebro y crea lo nunca visto: Ziggy Stardust. «Desafió el núcleo de lo que se suponía que era la música rock», diría su biógrafo David Buckley. Con «The Rise & Fall of Ziggy Stardust», Bowie se sitúa a años luz del planeta tierra. Crea un personaje andrógino, alucinado y dramático que deja perpleja a toda la escena cultural británica. Le sigue otra maravilla, «Aladdin Sane» (1973), que se convierte en su primer número uno. «Mírame, mamá, estoy en la cima del mundo».
2. El Delgado Duque Blanco (1974-1983)
Como otros genios, Bowie se cansa pronto del éxito. Lejos de acomodarse contando billetes, comienza a desarrollar un rechazo instintivo hacia el halago. Se separa de Las Arañas de Marte, su banda, y viaja a EE UU en busca de una nueva máscara. De su estancia en Los Ángeles nace «Diamond Dogs» (1974). Concebido como un álbum conceptual, Bowie intenta poner música a su querido «1984» de Orwell. Emprende una extenuante gira con un montaje espectacular. Y comienza una salvaje adicción a la cocaína. Bowie se presenta en escena demacrado, consumido, afilado. Fuera desarrolla actitudes paranoicas y desordenadas. Es alguien casi insoportable.
En esa época, desarrolla su pasión por el soul y su estancia en Filadelfia le da para seguir profundizando en sonidos negros. «Young Americans» (1975) es su primer número uno en EE UU e incluye la canción «Fame», escrita junto a John Lennon. Su éxito contrasta con sus penurias económicas. Como tantos otros compañeros de viaje, Bowie había firmado contratos con usureros del negocio y apenas tenía liquidez en su cuenta corriente. Ello no merma sus ansias credoras y lo siguiente es crear un nuevo personaje, sustancialmente diferente a Ziggy Stardust. Lo llama «El Delgado Duque Blanco» y lo presenta en «Station to Station» (1976). Toda la grandeza que aporta sobre el escenario se diluye fuera de él. Esnifa como si no hubiera un mañana.
En 1976 se traslada a Suiza y luego a Berlín Oeste. Y aquí comienza a gestar la conocida como «Trilogía Berlinesa», compuesta por «Low», «Heroes» y «Lodger». Con Brian Eno como conductor, Bowie da un nuevo paso por delante del resto e, influenciado por los sonidos industriales de Kraftwerk, desarrolla piezas de extrema dureza e imaginación. El final de su adicción a la cocaína coincide con el epílogo de su matrimonio con Angela, tan desagradable como la mayoría de los divorcios. Bowie cierra su nueva etapa con el ascenso al superestrellato, los estadios llenos y «Lets’ Dance», disco de platino.
3. Electricidad de etiqueta (1984-1993)
Poner «Bowie» en cualquier parte de un disco ya es signo de distinción y dólares. La segunda parte de la década de los 80 presenta a un artista acomodado dentro de su propio éxito, aburrido y entregado a las regletas y efectos de las mesas de producción, olvidándose de las canciones. Nada que no le pasara a muchos otros músicos de su generación. Bowie factura aquí discos prescindibles como «Tonight» o «Never let me down», calificado éste por el propio Duque como «un álbum olvidable».
Consciente de la levedad de su última forma de arte, propone en 1989 un nuevo golpe de timón. Se pone detrás de una banda de rock salvaje que bautiza como Tin Machine. Un cuarteto básico, todos ellos vestidos con trajes a medida, pero que cuando enchufa los amplificadores es capaz de descargar un trueno. Los textos son también demoledores y Bowie carga salvajemente contra los fascismos, la televisión, las drogas, el culto a la imagen, la sociedad de consumo y tanta estupidez. Para entonces, había llenado su vida sentimental con una nueva atracción: la supermodelo Iman.
4. El gurú de la electrónica (1994-2003)
Otro justificado «superventas», bautizado como «Black Tie, White Noise», es el final de algo y el principio de otra cosa. «Outside» significa su regreso a los brazos de Brian Eno. Sigue con la banda sonora «The Buddha of Suburbia» y continúa con «Earthling», de nuevo sonando enormemente contemporáneo con esas bases de «drum & bass» que provocan un KO en el primer asalto. Para entonces, Bowie ya está por encima del bien y del mal. «Hours», de 1999, significa el final de su etapa electrónica y el regreso a los sonidos básicos, sin tratar. Bowie todavía sabe cómo sonar sencillo. Con «Heathen» y «Reality» concluye no sólo una época musical, sino también el capítulo de una vida.
5.El retiro (2004-2014)
Su gira de 2004 es antológica. Pero en junio siente un dolor en el pecho que revela una angioplastia. Reduce sus apariciones al máximo y paulatinamente desaparece de la escena pública y musical. Su único trabajo en 10 años es «The Next Day» (2013), una gema a la altura de su obra, y eso es decir mucho. La prueba de que el talento, si es auténtico, nunca se marchita. Renuncia a promocionarlo y apenas quedan unos bonitos vídeos de tan magna obra. Para qué más. Todo había sido escrito.