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De Beffa a Lloyd Webber

La Razón

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Obras de Beffa y Lloyd Webber. Gautier Capuçon, . Lauen Michelle, Paula Ferreira, Kevin Johansson, . Orquesta de la RTVE. Ari Rasilainen. Teatro San Lorenzo de El Escorial, 19-I-2018.
La temporada de la RTVE en El Escorial se va asentando a la espera de que, quizá la próxima semana, haya novedades respecto a la evolución de la renovación del Monumental. Buena entrada en el patio de butacas para un concierto de música contemporánea. El público probablemente no sabía nada de Karol Beffa (París, 1973), cuyo «Paradise lost» ocupó toda la primera parte, pero seguro que la mayoría conocía el nombre de Andrew Lloyd Webber (Londres, 1948) por sus célebres musicales y sintiera curiosidad por su «Réquiem».
La partitura del primero exige
–también la del segundo– una amplia formación, con cuatro trompas, tres trombones, seis contrabajos, etc. que, sin embargo, apenas suenan en tuttis, presentando un sonido más bien plano en forma de movimiento perpetuo. La que posiblemente sea la primera obra de este compositor que se escucha en nuestro país, como apunta Rafael Banús en sus amenas notas al programa de mano, está bien construida y responde a un encargo del chelista Gautier Capuçon, quien mostró su delicado virtuosismo también en la propina de Saint-Saens. Al «Réquiem» de Lloyd Webber le sucede, salvanto las muchas distancias, lo mismo que al de Verdi, que son obras impregnadas de aquello que ambos mejor supieron hacer. Si en el italiano era la ópera, en el inglés es el musical. La partitura suena a muchos de ellos, presentando a veces un ritmo algo impropio para un réquiem, pero también mucho atractivo para el gran público. Sin duda su página más célebre es el «Pie Jesú» que entonan soprano, niño y coro. Éste último tiene pasajes llenos de fuerza y con muchas «fff», mientras que la soprano se enfrenta a una tesitura muy aguda e incómoda. Cantaron sus partes muy bien Lauren Michelle y el tenor Paula Ferreira, mostrando el niño Kevin Johansson una afinación perfecta y dirigiendo con viveza Ari Rasilainen. El público no paraba de aplaudir, esperando en vano quizá una repetición de algún fragmento.