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«Don Carlo», parca elegancia española

De Verdi. Voces: E. Aladrén, M. Rey-Joly, S. Orfila, D. del Castillo, N. Fabiola Herrera, R. Amoretti, F.Crespo, B.López, A.Toledano, P.Adarraga. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Director de escena: A.Boadella. Director musical: M. Coves. Teatros del Canal. Madrid, 28-II-2016.
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Justo es empezar por donde se debe empezar. Los Teatros del Canal desafiaron con éxito el pasado verano a los hados que impedían la representación de «Don Carlo» en El Escorial, por el simple hecho de estar allí sepultado Felipe II, no porque la ópera se desarrolle en esa villa. Meses después salen airosos de otro reto de aún mayor enjundia: lograr ponerlo en escena con reparto íntegramente español y, todos sabemos, que «Don Carlo» precisa de siete voces sólidas. Vuelven a salir airosos. Dicho lo cual, que nadie piense que estos teatros son el Met, la Scala, la Bayerische Staatsoper o el mismo Real, porque no lo son ni por aforo, ni por presupuesto, ni por caja escénica, ni por el módico precio de las localidades –entre 65 y 80€ el patio de butacas– y por tanto no cabe igual exigencia.
Boadella apenas introduce cambios respecto a su visión del Escorial, aunque en estos siete meses han crecido los niños de los que se vale –como hiciera la Scala en 2008– para reflejar la antigua «amistad» entre el infante y su madrastra una vez eliminado el acto de Fontainebleau. Estamos en una versión matizada de la de Milán de 1884, con un amplio corte en el auto de fé, el añadido del «Lacrimosa» tras la muerte de Posa y un final menos en punta. Pocos elementos escénicos, mucho vistoso vestuario, una elegancia indiscutible y una lectura un tanto personal, esta vez sí discutible. Carlo es un tullido psíquicamente enfermo que hasta padece de parkinson. Sin embargo surgen hacia él amores de Isabel, Éboli, Rodrigo –con beso incluido– y sólo falta que Felipe II fuese la causa de tanta anormalidad porque hubiese abusado de él en su niñez. Boadella va a los detalles, por ejemplo, al reflejar el gusto del rey por la pintura haciendo aparecer al Bosco y Tiziano, pero entonces sería menester mayor coherencia. ¿Puede atraer tanto amor un enfermo tullido? ¿Cómo aparece vestida la corte al grito del rey «¡Socorro a la reina!» en plena madrugada? ¿Por qué el altivo Posa está siempre encogido o arrodillado?... En fin, indudablemente en la ópera hay mucha convención irreal y, de hecho, ya el propio Verdi cae en ella al escribir «Mañana te espera tu madre en Yuste». Difícil viaje.
Se logra que el reparto funcione en concordancia con las exigencias expuestas al principio. Sorprenden muy positivamente Eduardo Aladrén, Simón Orfila y Rubén Amoretti. El primero por su voz atractiva, valiente en el agudo y temperamento en un papel tan difícil como ingrato. El segundo por la solidez vocal del bajo reencontrado y la personal interpretación del célebre aria, aunque le falte otorgar regia prestancia escénica a Felipe II. El tercero por solventar el nada fácil compromiso del Inquisidor. Sabido es que apenas existen barítonos verdianos –de ahí el resurgir de Domingo– y a la voz de Damián del Castillo le falta peso para Posa, que él suple con inteligencia en el decir. Correcto el fraile de Francisco Crespo.

Dúo final

También le falta peso en el centro a la voz de María Rey-Joly para Isabel, inaudible por momentos aunque se reserve para el aria y dúo final. Era de esperar más de Nancy Fabiola Herrera, el nombre más internacional del reparto, cumpliendo como Éboli pero corta de graves y a veces descontrolada por arriba. Buena parte del éxito del reparto radica en el trabajo que ha debido realizar Manuel Coves, con una dirección equilibrada que sacó lo mejor de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Al final, ovaciones entusiastas sin restricción alguna para premiar una excelente forma de hacer una ópera tan complicada como «Don Carlo» con medios limitados.