Edita Gruberova, quien tuvo, retuvo
Sesenta y seis años no es una edad normal para que una cantante siga en danza y cumpla sus compromisos como si tal cosa. Aunque ha habido y hay casos muy notorios de longevidad. Por citar a vuelapluma, entre nosotros, el extinto Kraus y, todavía en este mundo, Caballé y, por supuesto, Domingo. Y, fuera de nuestro país, como ejemplo indiscutible, Edita Gruberova, que visita de nuevo Madrid para interpretar ahora, en versión de concierto, Roberto Devereux de Donizetti en el Tetro Real. Solamente los días 3 y 7 de marzo.
Naturalmente, unos cantantes aguantan mejor que otros, aunque siempre se note el paso del tiempo y por ello consideremos que en casi todos los casos la retirada es la opción adecuada. La eslovaca Gruberova, lírico-ligera en origen y más tarde lírica, ha ido recorriendo el camino desde sus tempranas soubrettes mozartianas o sus iniciales Lucias o, poco después, su incomparable Zerbinetta, hasta sus tres Reinas Tudor donizettianas, Anna Bolena, Maria Stuarda y Elisabetta en la ópera que se programa ahora. En ellas la soprano continúa empleando hasta cierto punto la munición que siempre la ha caracterizado: timbre muy eslavo, rico, aunque no específicamente bello –aspecto éste muy subjetivo, ya se sabe-, color plateado, emisión de excelente direccionalidad a los resonadores superiores, con intensa vibración, extensión impresionante, rozando un milagroso mi 5, fabuloso control del aliento, con magnífico apoyo y un diafragma de hierro pero de rara elasticidad. Aparte, por supuesto, una pasmosa facilidad para las fioriture, con trinos incluidos.
Sucede que su propensión a los filados, a las variadas dinámicas, al empleo de un indiscriminado glisando, su tendencia a olvidarse del tempo y, consecuentemente, del ritmo de base, que podría ser plausible o aceptable en ciertas épocas, su atrabiliaria manera de acentuar, han ido exagerándose cada vez más hasta resultar cargantes. Hoy, con la voz ya cansada y trémula, esos efectos son especialmente rechazables. Aunque es verdad que tales manierismos aún la mantienen a flote y, lo que es más, producen en sus seguidores auténticas oleadas de placer. Hay gustos para todo.