El gran verano de L.A.
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Presentará su nuevo disco, «From the City to the Ocean Shore», durante unas intensas semanas que le llevan a los escenarios del FIB, el Low Festival, el Santander Music y el Dcode.
Luis Albert Segura es un músico obsesivo aunque puede negarlo en tu cara: «No es obsesión. Pienso que es más dedicación y amor por lo que hago», dice poco antes de admitir que gasta las 24 horas del día pensando en los discos que factura bajo el nombre de su grupo, L.A., en forma de grandes superproducciones con espíritu de baja fidelidad, algo así como un «Boyhood» discográfico. «From The City To The Ocean Shore» (Sony) es un gran trabajo que disimula con un sonido «sin depurar, que parece guarrete», el contenido de un álbum cuidadosamente descuidado. Presenta los nuevos temas, que le han confirmado como uno de los grandes nombres del rock en España, en una intensa gira que le lleva a los grandes festivales de nuestro país: el FIB en Benicàssim (del 16 al 19 de julio), el Low Festival (del 24 al 26), Santander Music Festival (30 de julio y 1 de agosto) y Dcode (12 de septiembre) en Madrid.
Un sonido inigualable
Fiel a su método de trabajo, Segura escribió las canciones en casa, en Mallorca, y grabó en EE UU, «porque un disco no es hacer unas canciones, es un proceso completo que yo entiendo como una película. Imagino el guión, la imagen, los textos, la historia». Y, no lo duden, cada instrumento involucrado: un bombo viejo de batería, unos platillos cascados, la mesa de sonido... «Desde pequeño he vivido obsesionado –vean: lo admite– con una sonoridad y una textura y una calidad del sonido que no he conseguido hacer en España. Ni aun trabajando con la misma máquina, los mismos cables, la misma mesa. ¿Sabes por qué? Por las personas, tío. Es lo más normal del mundo. Ellos –dice por los estadounidenses– crecen con esto, aprenden de los maestros, hacen algo diferente. Quien quiera, que me lo discuta», amenaza. Así que Luis Albert cogió la puerta y se zambuyó en el espíritu del Big Sur en California, un lugar mágico a escasas horas en coche de Los Ángeles. En el mismo entorno en el que Ken Kesey y Jack Kerouac hallaron refugio bajo la apabullante naturaleza, Segura abrió las puertas de su disco a completos desconocidos. «Habría sido imposible hace unos años. ¿Estamos locos? Es como dejar entrar en tu casa a según quién. Me habría negado. Pero por primera vez en mi vida las letras del álbum surgieron alrededor de una hoguera, escribiendo micronovelas o el guión de una película para la que aportaba ideas cualquiera. Comiendo queso y vino en la cabaña con los amigos de un amigo de alguien», asegura el músico, que desliza palabras en inglés en cada respuesta, algo que podría parecer una pose, una máscara, si no fuera porque Segura rezuma credibilidad y una actitud que se puede palpar. Y también cultiva una filia americana que germinó de una afición adolescente viendo la NBA. «Siempre he tenido la vista puesta en EE UU, en la música y la cultura. Es un lugar donde consigo activarme, estoy abierto a información. Por eso, este es el disco menos preconcebido que he hecho nunca», dice el artista, que subió de la nada y generó muchas expectativas al fichar por una multinacional. «Eso falló porque yo no soy un intérprete, sino el creador, y no soy maleable». No es lo que exige un músico: «Puede sonar engreído, pero yo necesito a una compañía que me respalde y me ría las gracias. Si te gustan mis chistes, perfecto, nos vamos a entender», señala.
«Era mi proyecto paralelo»
L.A. es fruto de la determinación, pero ¿cuál es el plan? ¿Hacia dónde va su carrera? «Por suerte, la primera vez que tuve el contrato discográfico con una casa grande, ya no tenía 20 años, sino 32, y salía de una crisis brutal de pareja, con un callo gordísimo. Luego eso no funcionó, pero... ¿sabes?, hay algo en lo que pienso a menudo, tío. Siempre me acuerdo de que L.A. era mi proyecto paralelo. En Mallorca, yo era el batería de cuatro o cinco bandas a la vez. Tenía mi grupo y luego tocaba con otras cuatro. Siempre he sido batería. Y, como quien dice, los domingos, tenía L.A. Grababa en casa mis maquetas, mis historias, mis cosas. Y de repente se convirtió en algo más, aunque sigue siendo mi pasatiempo. Es mi vida, mis 24 horas. Mis padres y mi novia lo entienden, son maravillosos. Saben que si no les llamo no es porque me dé igual todo el mundo, es porque estoy al cien por cien. Son muchas cosas que quiero seguir controlando, porque amo lo que hago», confiesa. No, no es amor, lo que tú sientes se llama obsesión. La del artista.