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Emilio Sagi: «Rossini es un compositor para echarse un baile»

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No tiene mucho tiempo que digamos. Y cuando acaba en el teatro, en el que él dirige, el Arriaga de Bilbao, lo que menos le apetece es irse por ahí de copas o a sentarse a ver una función. «Es que ya voy cumpliendo años», dice este asturiano de ilustre familia con más que un punto de coquetería. Mientras ensaya en el Real, o mejor dicho, antes de, hablamos de Rossini y se le ilumina el rostro, aunque lo hagamos por teléfono. Se le nota. En 2005 ya llevó al escenario del Teatro Real «El barbero de Sevilla» y mañana volverá de nuevo a levantar el telón con el mismo montaje, que dice que, aunque no tenga a Juan Diego Flórez en el reparto, es soberbio. Y no lo dudamos.
-Para usted, volver al Real debe ser como si regresara a su segunda casa.
-De segunda casa nada. A mi casa. Porque camino por aquí y todos me saludan. Me siento totalmente querido. Conozco los cantantes a los electricistas. Casi he crecido con todos ellos. Me suecede aquí y también en el Teatro de la Zarzuela.
-Aunque le quieren mucho le dejaron marchar...
-Bueno, me siento muy querido. El público siempre me recibió bien, aunque ahora creo que sabe más que cuando se estrenó este «barbero» en 2005. Cuando dejas de venir a un sitio te desconectas un poco. Como director de escena noto las buenas vibraciones. Además, la labor de abrir las puertas empezó hace ya muchos años y va «in crescendo». Este teatro es jovencísimo. Y es un auténtico milagro que tenga la tradición que tiene.
-¿Viene bien en este momento inaugurar temporada con Rossini? Lo digo por la corriente de energía positiva.
-Ten en cuenta que la decisión ya estaba tomada cuando se planificó esta temporada. Y yo agradezco mucho esta oportunidad. Él estuvo siempre muy ligado a España, casi hermanado. Es vitalidad en estado puro, un divertimento capaz de levantar los ánimos de cualquiera. Y divertidísimo. Hay momentos en que sus aires me recuerdan a los españoles. Rossini es perfecto para marcarse unos bailes.
-¿Cree que pesará mucho el reparto de hace años, con Flórez, Bayo y Raimondi, entre otros cantantes?
-Los de ahora no desmerecen en nada. No son unos mindundis, ya los escuchará el público y juzgará. Lo que sucede es que aquél estaba lleno de estrellones y encabezado por un grandísimo cantante que es también un estupendo actor. Y que baila de miedo de bien. En ese papel estaba especialmente divertido.
-Vamos, que nos hace falta poner un Rossini en nuestra vida.
-Pues sí, es que está lleno de energía, es pura inspiración y fantasía. Su «barbero» es una broma de buen gusto con la que se podría caer en la astracanada, aunque éste no es el caso.
-¿Han firmado la pipa d ela paz los registas y los directores musicales?
-Claro que sí, aunque hay registas que siguen manteniendo esa guerra soterrada. Hasta los cincuenta, los directores de escena no existían. Los decorados eran de cartón piedra y los cantantes sacaban los vestidos de una maleta. A miíme pasó que en los 80 un cantante de nombre me vino con la maleta, la abrió y sacó el traje. Le convencí de que teníamos un vestuario apropiado y lo entendió, pero es la pura verdad, no invento nada.
-Dígame un director musical con el que trabaje especialmente bien.
-Muti, sin ninguna duda. Es una maravvilla.
-¿A pesar de la fama que tiene?
-Es la fama, pero no es verdad. Jamás he tenido un problema con él, porque es un hombre adusto pero simpatiquísimo. En general me llevo bien, aunque hay excepciones muy honrosas. Ya sabes que para que se cumpla una regla ha de haberlas. Y dinosaurios quedan algunos todavía en pie, imposibles de hacerles cambiar de mentalidad.
-Los cantantes, desde el señor Domingo a la señora Di Donato, como a usted les gusta llamarlos, le adoran.
-He trabajado siempre respeténdolos. Y los de ahora, la nueva cantera, tienen una estupenda salud. Me remito al segundo reparto de esta ópera. Ya verán las agendas dentro de unos años. Son gente que se deja la piel en escena y absolutamente generosos. Y los latinos, con sangre caliente, aún más. Se entregan mucho.
-Si hablamos de barbero la pregunta es casi obligada. ¿Usted va a la barbería de vez en cuando o se afeita con maquinilla?
-Me afeito yo en casa, pero sí voy con frecuencia al peluquero porque lo que no soporto es ver que el pelo empieza a caerme por encima de la oreja. Soy verdaderamente obesivo con eso. Me pone enfermo, no lo aguanto y me voy corriendo a la peluquería. Y eso que cuando era joven yo llevaba mi melena larga.
-Deduzco que presumido es. No hay más que ver su estilismo, tan conjuntado, con sus deportivas a juego.
-Digamos que sí soy presumido. Me gusta vestir bien.
-¿Y cuando no está dirigiendo, ni en la peluquería ni viajando por medio mundo, qué hace?
-Muy sencillo: vivo. Al salir del teatro me cuesta no ir a casa porque salgo bastante cansado, aunque dirigir me da la vida. Me gusta leer, escuchar música, nunca ópera, porque para mí la ópera es estudiar.
-¿Y un buen plato le gusta?
-Me encanta comer y me gusta la buena cocina, lo malo es que si me sacas de freír un huevo o un filete... eso me falta, es una asignatura pendiente.
-Hará las maletas rumbo a San Francisco, donde dará vida a otro «barbero».
-Así es. Será un montaje nuevo. No me puedo quejar porque no dejo de trabajar. Me esperan «La del manojo de rosas», una «Luisa Fernanda» en Roma una «Carmen» en el Arriaga. Y una ópera contemporánea en la que vuelvo a recuperar para el escenario a José Carreras.
-¿Está a gusto en el Arriaga?
-Feliz. Disfruto mucho. Y vivo cada día.