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En el 85 cumpleaños de Achúcarro

larazon

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Obras de Ravel y Strauss. Joaquín Achúcarro. Orquesta Nacional de España. Pedro Halffter. Auditorio Nacional. Madrid, 24-XI-2017.
Joaquín Achúcarro cumplió ochenta y cinco años el pasado día 1 de noviembre. Posiblemente no era algo conocido cuando la OCNE programó este concierto, pero supo inteligentemente introducir la onomástica cuando llegó la hora de promocionar la cita y también en el desarrollo de la misma, cuando su gerente tuvo el acierto y buen gusto de entregar personalmente en el escenario un ramo de flores al maestro y hacer que la orquesta entonase el «Feliz cumpleaños», siendo coreado por el público que abarrotaba la sala. Era un 5 de mayo de 1975 cuando Arthur Rubinstein nos deslumbró, a sus ochenta y ocho años, en el Teatro Real por su áurea, carisma y vitalidad. Fue un concierto inolvidable, muy por encima de cualquier aspecto técnico que pudiera observarse, porque lo que importaba era la inmensa cantidad de música que volaba de las teclas de aquel piano. No pude evitar este recuerdo cuando Achúcarro se sentó en la banqueta y acometió las primeras notas del «Cconcierto para piano en sol mayor! de Ravel. La experiencia resultó muy similar, con los añadidos de la celebración, de la valentía y generosidad del pianista al interpretar nada menos que los dos conciertos del compositor francés. Este desafío siempre supone una proeza, pero más aún a los ochenta y cinco años. El piano se incrusta en ambos conciertos, salvando el adagio del primero, como un instrumento más de la esplendorosa sonoridad de la orquesta en muchos de sus momentos. Achúcarro nos deslumbró tanto por el sonido del piano, que surgía redondo, limpio y potente con naturalidad, sin aparente esfuerzo alguno, como por el sentido que impregnaba el discurso musical. Allí estaban los ecos de lo asimilado con Marguerite Long, quien estrenó el «Concierto en sol» y con quien estudió nuestro protagonista en París. Como su mano derecha debió quedarse impaciente tras los ritmos jazzísticos de la izquierda en solitario durante veinte minutos, nos regaló el «Claro de luna» de Debussy. ¡Felicidades Joaquín! Componía la segunda parte esa gran sonata orquestal que es la «Sinfonía doméstica» que Strauss se dedicó a sí mismo y a su esposa e hijo. Para muchos la obra no está a la altura de sus previos poemas sinfónicos ni de la siguiente «Alpina» y su complejidad, plena de motivos secundarios, exige una batuta experta y muy atenta. Pedro Halffter, que había acompañado con cariño al maestro Achúcarro, logró no solamente mantener el orden y que la orquesta sonase a su mejor nivel, sino también conseguir una intensidad nada fácil por cuanto la obra parece terminar mil veces antes de su apoteosis final. Definitivamente le va Strauss.