Gatti, bien; Thielemann, genial
Crítica de Clásica / Festival de Pascua de Salzburgo. Obras de Chaikovski y Shostakovich. Piano: Arcadi Volodos. Violín: Nikolaj Zneider. Staatskapelle Dreden. Directores: Daniele Gatti y Christian Thielemann. Grosses Festspielhaus. Salzburgo, 29 y 30-III-2015.
El Festival de Pascua salzburgués fue establecido por Karajan en 1967. Por aquellos años visitó Moscú con su Filarmónica de Berlín y allí dirigió la Décima Sinfonía de Shostakovich, en presencia del propio compositor. Éste acudió al final para felicitarle por la interpretación y, emocionado, afirmarle que jamás creyó que su obra pudiese sonar así. Mariss Jansons estaba allí y cuenta que «tocaron al 200%. Fue algo increíble». Debió serlo a tenor de la grabación que realizó Karajan después, la única sinfonía de Shostakovich que llevó al disco. Uno de sus biógrafos más autorizados, Richard Osborne, escribió que quiso grabar para EMI la 5 y la 8, pero que la compañía se negó porque el autor vendía poco y el maestro no era especialista en él.
Estamos ante la que para muchos es la mejor sinfonía de sus quince, sobre todo por su impresionante media hora inicial, un movimiento escrito en los últimos años de Stalin que viene a sonorizar la Rusia de entonces, un retrato de sufrimiento personal y colectivo, así como el breve scherzo siguiente supondría un retrato del tirano. Es obra que precisa, no ya de una extraordinaria orquesta, sino de un director capaz de extraer todos sus difíciles juegos de tensiones. Para lograrlo es necesario que cada detalle cumpla su función. La suma de todos esos pequeños detalles importa y Daniele Gatti ofreció una versión seria, pero le faltaron algunos de ellos.
Lástima que en la extraordinaria Staatskapelle de Dresde no quede ninguno de los atriles que tocaron la obra en la misma sala en 1976 con Karajan y pudiesen expresar las diferencias entre grandeza y solidez. Previamente Arcadi Volodos deslumbró en una interpretación del Primer Concierto para piano de Chaikovski vehemente, potentísimo en el primer tiempo, muy lírica en el segundo con pianos casi inaudibles y vibrante de ritmo en el tercero. Shostakovich guardó su Primer Concierto para violín por miedo a la censura y no lo dio a conocer hasta 1955. Su destinatario fue David Oistrakh, quien lo estrenó y de quien queda un impresionante video. Nikolaj Znaider cosechó un gran éxito y fue capaz de expresar el gran lirismo y delicadeza del primer tiempo, el carácter diabólico del segundo y de brillar en la extensa cadencia del tercero, pero no llegó a aquella inolvidable recreación a lo Curro Romero de Oistrakh. Thielemann, que acompañó con inesperada sensibilidad, enseñó seguidamente cómo abordar Chaikovski sin almíbares y también sin ampulosidades exageradas en el climax del primer tiempo en una «Patética» muy equilibrada, bien estructurada y con un formidable adagio final gracias a la soberbia cuerda de la Staatskapelle de Dresde. Uno de los mejores conciertos que le he escuchado a Thielemann.