Georges Aperghis: la música es puro teatro
El compositor gana el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de Música Contemporánea
“Para mí no hay fronteras entre la música y el teatro, hay una continuidad en la que la acción teatral es una prolongación de la música y la música contiene la acción”. sí se expresaba ayer este compositor inclasificable, autodidacta. Nacido en Atenas, Grecia, en 1945, en el seno de una familia de artistas, descubrió la música gracias a la radio y a las clases de piano que recibía de una amiga de la familia y en la escuela, pero sin llegar a acudir al conservatorio. A los 17 años se trasladó a París para continuar sus estudios de música. “Era curioso y, sobre todo, escuchaba música del mundo entero. Iba casi todo los días a un concierto, a la Unesco, al Museo del Hombre, que proponía conciertos de música asiática. Adoro también el rock: vi a los Beatles en el Olympia, a los Rolling Stones en el Palacio de los Deportes, a Pink Floyd en los Campos Elíseos... Iba a ver a los compositores con mis trabajos bajo el brazo. Este es el modo en que conocí a Iannis Xenakis”, ha declarado. En París entró en contacto con el mundo del teatro y se inició en el serialismo del Domaine Musical, en la música concreta de Pierre Schaeffer y Pierre Henry, y en las obras de Iannis Xenakis, que le inspiró en sus primeros trabajos. Su biografía señala que hacia 1970, decidió profundizar en un lenguaje más libre y comienza sus búsquedas y exploraciones sobre el sonido de la voz. Interesado en particular por el teatro musical compone en 1971 su primera obra en este ámbito, “La tragique histoire du nécromancien Hiéronimo et de son miroir”. En ella comienza a combinar música, palabras y escenario, y se plasma su afán innovador, que años más tarde sintetizaría de esta forma: “Si hay algo que tengo claro es esto: nunca volver al pasado ni a nada de lo que se
ha hecho desde la segunda Guerra Mundial”. En 1976 fundó, junto a su mujer, la actriz Édith Scob, el Atelier Théâtre et Musique (ATEM) ubicado en los suburbios de París, en Bagnolet, hasta 1991, y después en el Théâtre Nanterre-Amandiers. Allí renovó por completo su enfoque de la composición. Convirtió a los músicos en actores, e incorporó en sus obras ingredientes vocales, instrumentales, gestuales y escénicos en idéntica proporción. Para el jurado, no se trata de un músico convencional “que presenta una partitura cerrada a los intérpretes, sino que trabaja con ellos en un proceso de búsqueda, de investigación, en el que se dan fenómenos de “hibridación”: los actores se convierten en músicos y al revés”.Crea,
compone y dirige espectáculos en los que las fronteras entre teatro y música se borran, y actores y músicos se convierten en híbridos capaces
de intercambiar sus papeles y en su búsqueda de un lenguaje universal, sustituye palabras por fonemas y onomatopeyas y llega a crear idiomas
imaginarios que siguen la estela de la poesía sonora. A partir d elos años 90 incorporó a su trabajo las nuevas tecnologías: vídeo, electrónica y tratamiento del sonido en tiempo real. "Con la electrónica puedo hacer cosas que no están al alcance de la voz: extender un sonido hablado durante un tiempo largo, crear una cadena larga de palabras a partir de la voz, manipular registros, solapar voces, e incluso eliminar algunas sílabas. Hay una poética particular propia de la electrónica: el mismo tipo de emoción que sentimos cuando vemos a un robot llorar o morir", asegura.